Bienpensantes y argentinos de bien, dos tribus urbanas diferentes y parecidas
Hace un par de años escribí un texto, que nunca publiqué, vaya a saber porque, sobre “los bienpensantes”, una tribu urbana que fue K antes de que los K existieran. Ese texto cobra hoy una nueva magnitud, dado el regreso de otra tribu urbana, los “argentinos de bien”, que tanto se mencionaron en los últimos días.
El término bienpensantes, incluso me tentó como un muy buen nombre para una novela. De esas que definen una época y ganan el Premio Planeta o el Premio Clarín. Con jurado bienpensante que selecciona, obvio.
Los bienpensantes se enteraron de las atrocidades de la dictadura cuando de adolescentes vieron La Noche de los Lápices en algún festival organizado por el centro de estudiantes del cole, pero no durante los ochenta sino en los noventa. La llegada del kirchnerismo fue el detonador hormonal que los elevó en el escalafón moral de la sociedad porteña. No, en los ochenta no se enorgullecieron de los juicios, no era momento.
En el caso de los argentinos de bien, es cierto que en 1983 se volcaron mayoritariamente por votar a Alfonsín. Y seguramente apoyaron los juicios a las juntas y a las cúpulas guerrilleras. Pero ya para abril de 1987, estaban mirando con cariño al Capitán Ingeniero, por que hay que poner equilibrio, ¿no? Que ello implicara, a la larga, el predominio peronista por las siguientes tres décadas, era otro tema, del cual el argentino de bien ya se indignaría. El bienpensante, en cambio, votó al PI, a Alende (porque no se vende, se alquila nomás) y a Rabanaque además. Eso sí, cortó boleta, y para concejales metió la de Néstor Vicente. Ya para el 87, votaba sin culpa a Cafiero, o Grosso.
En la década del noventa, los bienpensantes se coparon con los setenta viendo Tango Feroz. Compraron a Tanguito en la cara de Fernán Mirás y las canciones de JAF. Y andá a discutirles la marginalidad del personaje o lo desafinada de su voz. El argentino de bien había sufrido con La noche de los lápices en los ochenta, pero en los noventa ya solo miraba las de Darín, y alguna de Francella (esa de Nueva York, por ejemplo, que le recordaba el viaje toraba a la gran manzana).
Para los bienpensantes, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en Cuba fueron pura consecuencia del bloqueo económico de los Estados Unidos y no entienden como entre los latinos de Miami no surge una Alexandria Ocasio-Cortez o porque familias enteras prefieren cruzar en balsas rodeados de tiburones antes que seguir disfrutando de las mieles caribeñas. El argentino de bien, en cambio, viaja a Miami (ya lo hizo en los setenta, claro).
El bienpensante comenzaba la lectura de Página 12 por el pirulo de tapa y el ¿chiste? de Rudy y Daniel Paz. Hoy sigue haciendo lo mismo. Pero se suscribe a La Nación, por “el club y los descuentos”, y para no hacerlo a 365Plus. El argentino de bien, miraba de reojo Página 12, pero compraba Clarín, y se suscribía a Esquiú (o le pedía al canillita de la esquina que se lo guarde). El bienpensante, si bien siempre se reconoció en el team “estado e iglesia asunto separado”, leía de queruza Familia Cristiana cuando visitaba a la abuela de la novia. Y tenía una posición ambigua sobre el aborto, claro (en eso coincidía con el argentino de bien, porque “viste, la chica de la otra cuadra es buena pero se equivocó, y ahora que hace con el pibe…”). Porque cristianuchis, ambas tribus, desde la cuna.
Los bienpensantes creen en un consenso que no existió. Porque mientras Alfonsín juzgaba a los militares con mando de tropa, y esquivaba los tiros de los carapintada, ellos seguían siendo la patética patota del PI y negociaban algún conchabo de legislador en la lista de Menem. El argentino de bien, la tuvo más fácil, eligió la boleta de Angeloz y María Cristian Guzmán, para no votar al radical Casella. María Cristina, ella una chica tan bien del interior, de la elite jujeña además, seguro hasta tuvo baile de presentación cuando llegó a los 16. Algo bien de argentino de bien. El menemismo, fue superador, los encontró juntos a los bienpensantes (al menos al inicio) y a los argentinos de bien.
El bienpensante vio con muuuucha simpatía el brigadismo del café a Nicaragua (se comió el verso de las agencias turísticas del PC, bah). Hoy todavía añora la “Revolución Sandinista”, y hasta mira para el costado con los delirios de los Ortega-Murillo. El argentino de bien, en cambio, junta tapitas de Coca Cola para financiar las misiones, si son a África, mejor. Al bienpensante, con un cuadro de africanitos en la cabecera de la habitación, le alcanza.
El bienpensante es onegeista por naturaleza. Siempre hay un buen motivo para financiar a Acnur o a Médicos sin Fronteras. El argentino de bien, en cambio, debita todos los meses de la tarjeta, el aporte a Cáritas. Con eso sabe ganado el cielo.
Con el tiempo, cuidado, que el kirchnerismo bifurcó al bienpensante, y nos encontramos bienpensantes nac & pop y bienpensantes gorilas. Ese sería el bienpensante propio, ese que está del lado correcto de la grita. Que no es el argentino de bien. Ese bienpensante es el que busca agradar al otro. El que encuentra un justificativo moral a pensar que ser progre “está bien”. O que al menos es mejor que ser de “derechas”. Pues bien, no es así. Por más que busques el modo, no van a “agradar” nunca.
Otra coincidencia, bienpensantes y argentinos de bien corrieron a Harrods (que lindo era Harrods de acá, más lindo que el de Londres, lejos), a ver en la pecera gigante a los Sea Monkeys. Eso sí, los bienpensantes se conformaron con la versión criolla, los argentinos de bien con la importada.
En cuestiones bancarias, bienpensantes y argentinos de bien coinciden en los bancos raros. El Credicoop (y su correspondiente Cabal) para unos, el City (y American como se sabe).
Bienpensantes y argentinos de bien tuvieron durante la pandemia su mejor momento, se hermanaron, “quédate en casa” fue la consigna que los sintetizó, casi como en los setenta, cuando se peleaban para ver cuál era la calco más grande para pegar en la luneta trasera de “los argentinos somos derechos y humanos”, y más de uno envidió al que tenía la del Corazón.
Bienpensanes y argentinos de bien se quedaron tranquilos con los chicos delante de una computadora, haciendo que tenían clases y cocinando pan con masa madre. Si hasta se pasaban recetas de Paulina cocina, porque “hay que dejar la grieta atrás”, coincidió esta alegre unidad cual familia Telerín con los índices de popularidad estratosféricos del farabute, ex “señor que ayuda en la presidencia”. Para el bienpensante, “hubo clases” porque sus retoños no faltaron a ninguno de los zooms que la escuela “ofrecía” y para el argentino de bien, también, porque hasta el uniforme se ponían las chicas para sentarse en el escritorio delante de la Tablet.
Ah, esas salidas con barbijo a no más de 500 metros del domicilio, para ver a la “abu” por la ventana del departamento, que lindo cuando el hijo del bienpensante se lo cuente a sus nietos. Mientras, los hijos de los argentinos de bien se hacían rebeldes y craneaban como vengarse, poniendo de señor que ayuda en la presidencia al más desequilibrado de los programas desequilibrados que, durante dos décadas, vinieron a reemplazar esos programas para argentinos de bien, como Tiempo Nuevo y Hora Clave.
El bienpensante tardó en darse cuenta que los amigos del poder siguieron su vida sin problemas, o incluso la disfrutaron más, durante esos dos años, porque “menos mal que no nos agarró con la derecha en el gobierno”. El bienpensante, en cambio, siguió con sus negocios con los amigos del poder.
Ese bienpensante tiene otros amigos bienpensantes, más “viejitos”. Son los que se emocionaban con la travesía en moto del Che o los cuentos de Galeano. El argentino de bien tiene amigos curas, que alguna vez dieron misa con Francisco.
El bienpensante se indigna por la falta de vacantes en los colegios, más aun si son colegios de CABA, y se pone orgulloso, cada vez que hace falta, la cucarda de “Defendemos la escuela pública”. Lo ves en los perfiles de Facebook o en Twitter. Pero eso si, sus retoños no pasan por una escuela pública ni por la esquina, no sea cosa que “le quiten una vacante a quien en realidad lo necesita…”. El argentino de bien busca argumentos para no comprar la escuela voucher, porque afecta la parroquial de la vuelta mientras manda sin culpa los hijos al Belgrano School o a Las divinas carmelitas descalzas de Nordelta. Eso si, ni en pedo ni unos ni otros “caen” en la pública.
El bienpensante es un Susanita del siglo XXI, ha perfeccionado hasta lo indecible su frase inmortal: “vamos a hacer grandes banquetes para juntar fondos para que los pobres puedan comer fideos, polenta y porotos”. Paradoja, el argentino de bien, también se refleja en la rubia amiga de Mafalda.
Nosotros, team Manolito, obvio.