Cuatro recitales y un funeral (remix)
En el aniversario de la muerte de Gustavo Cerati y porque el público se renueva...
Terminé de leer la última biografía sobre Gustavo Cerati, Algún tiempo atrás de Sergio Marchi (quien ya hizo trabajos sobre Luis Alberto Spinetta, Charly García y Pappo). Si mientras leía Cerati la biografía que escribió hace muchos años Juan Morris sentí que el músico se acercaba a la descripción que mi profesora de literatura de cuarto, la profesora Zuller, hizo sobre la película Casanova de Fellini, “un hombre absolutamente solo”, en esta el artista se me representó como Sheldon Cooper, sobre todo en el trato con sus ex socios de Soda Stereo (bueno, que mucho de eso aparece también en Yo conozco ese lugar, del propio Zeta).
De estas tres, la más sincera me pareció, justamente la de Bozio (no se si la escribió é o hubo detrás algún ghost). Si hoy los ex Soda explotan la marca hasta el cansancio, justificadísimo está.
Cerati fue un bicho raro. Talentosísimo, seguro. Pero más para el “conocedor” que para el público de Soda. En fin, no entendí nunca mucho de su etapa solista ni que quiso hacer. Rechazar cincuenta recitales de Soda Stereo, como revela Marchi, no me pareció justo, ni con sus socios ni con toda la maquinaria que la banda generaba.
La biografía que escribe Marchi se destaca allí donde entran los grises, en el final. Cerati nunca estuvo en estado vegetativo, estaba en coma. Y en este caso es probablemente donde mejor contada esté toda esa etapa. Bienvenida la explicación. También en las ausencias (y no solo porque falta el testimonio de Zeta o Alberti, que bien justifica el autor) sino en un personaje periodístico que siempre se presentó como importante para el desarrollo de la banda y que, en la realidad, aparece marginalmente mencionado hacia el final del libro. El otrora “ofendidito” parece que no era tan importante.
En fin, no soy crítico literario, soy más un bloguero testimonial. Y autoplagiadista. Vamos entonces al remix…
Cuatro recitales y un funeral
Escribo esto un sábado a la mañana. Paula salió a dar clases. Carla duerme y Felipe está activo desde temprano.
Preparo un mate e intento que las tostadas de pan Lactal tengan el mismo gusto de antes. De antes que Bimbo se quede con todo. Antes, cuando las cosas tenían gusto. Esta semana compré un paquete de Rex. No recuerdo que el gusto que tenían fuese el mismo de ahora. Puede ser la fórmula o que las papilas gustativas ya no son lo mismo que cuando éramos chicos. No son tiempos de Covid aun, no me asusta no sentir el gusto de mi infancia, pero me cabrea.
Mientras desayuno, leo el diario en el celular y pongo de fondo algo en Spotify. Un play list de Soda Stereo. Salió publicada una biografía de Cerati esta semana. No la compré aun. Pienso que si Carla se levanta todavía tenemos un rato para ir a comprar libros a Yeny. El de Cerati estará en la lista.
Me acuerdo que la noche que me enteré del ACV justo nos juntamos a cenar con amigos de la secundaria. No nos asombró la noticia. Creo que la bio debe ser buena. Cuando la lea, días después, me acordaré de una frase de mi profesora de Literatura de cuarto, la Susana le habíamos puesto en un capítulo anterior (pero todos sabemos que hablo de la Zuller), sobre el Casanova de Fellini: “era en definitiva, un hombre muy solo”.
Llegué a Soda Stereo un poco tarde. Cuando ya estaban consagrados. Recuerdo que en los primeros ochenta me cruce a Cerati por Belgrano y me pareció un pelilargo más. Pero a fines de los ochenta empezaron a gustarme.
Fui a cuatro recitales (poco, ¿no?). Aunque tal vez fueron cinco o seis, si incluimos el show del Circo de Soleil con Paula y los chicos o el posterior a la pandemia, al que se sumó Marcelo.
El primero, en la 9 de Julio, cuando se cumplieron los primeros cinco años de Democracia (llevamos 40, casi el 40% de la promesa que hizo Alfonsín). Ahí estuvimos con el Pitu, Alejandro, Miguel y Paola. Cuando murió Cerati todos se acordaban de haber estado, pero no que habíamos estado juntos. Salimos de la sede de la carrera cuando estaba en la calle Ayacucho.
Para el segundo, ya corrían los años noventa. Ya estaba Menem en el gobierno. Me acuerdo que unos días antes me sentía mal y me fui de la facultad a casa. Raro, no soy de enfermarme. Habíamos sacado entradas para unos días después con un par de amigos de la Franja para ir a verlos al Gran Rex. Un grupo extraño para quien nos viese. Éramos de dos bandas distintas, hoy eso no importa, pero entonces sí, y mucho. No me preocupé cuando me sentí mal porque faltaban unos días. Y, sin saberlo, iba a curarme de pronto, apenas llegué a Victorica. Ahí, lo veo de lejos en la puerta de casa a Pablo (quién sino…). Apenas llego y antes de saludarme me cachetea: “Lopre, me avisaron que Silvina, te acordás de Silvina, está mal. Meningitis. Se va a morir Lopre”. Silvina era una compañera de la secundaria con la que Pablo habrá hablado tres veces en los cinco años de colegio, porque se habría visto obligado a saludarla. Joven. Veintiún años. Yo ni sabía que era la meningitis. Pero claro me acordaba de Silvina, era de mi otro grupo de amigos. Una buena piba. La que llevaba el cuaderno con canciones a los viajes y el diario de la Fede en las vacaciones en Mar de Ajo para leer en la playa. La primera en casarse y en tener una hija, entre todos los del secundario, apenas terminamos. A Pablo le había avisado Guillermo, que no era de nuestra división pero había hecho la primaria con Silvina y otros de mi curso en un colegio de Devoto. Mi gripe se curó al instante. Silvina estaba embarazada de nuevo. No sobrevivió él bebe. Tampoco ella. Su funeral fue al día siguiente del recital. En mi recuerdo los dos sucesos son uno. Como una película en plano secuencia que comienza en un lugar y termina en otro. A la noche el recital. A la mañana el funeral. No hubo velorio, ya habían tenido los padres y el marido tiempo de despedirla. Si abrazos largos. Salimos desde la casa de Silvina en Caseros hasta Chacarita. Salimos del cementerio caminando con Aníbal y Guillermo. Creo que llovía.
Un par de años después, Soda volvió a tocar en el marco de unos recitales que organizó Grosso y en los que también cantó Pavarotti. Pero ese tampoco cuenta mucho porque era tal la cantidad de gente que no llegué a verlos ni acercarme (dicen que fue el recital más grande que se hizo en ese lugar).
Después vino el recital de despedida, en 1997. Me aburrió. Pero lo que tengo más presente es el movimiento de la popular de River. Nunca fui chico de la popular. Yo era de la San Martín baja. Ahí donde se ubican los puteadores de paladar negro.
Y el del regreso. Con Paula. Pocos días antes me había ido de Planeta. Estaba cerca de los cuarenta. Habían pasado más de veinte desde la primera vez. Incertidumbre por lo que viniese. No es fácil la vida del editor universitario especializado en libros importados. Y todavía no había cepo.
Pudimos ir a verlos al último de verdad, al de diciembre. Pero preferimos armar un asado en lo de Pablo. Fue el último que hicimos en la casa de Pedro Morán. Cada tanto subo una foto de ese día a Facebook. Estamos enharinados porque mutamos asado por pizzas a la parrilla.
Pasaron muchos años. Pablo tampoco está. No hay quien me diga “Lopre, no te vas a morir mañana” cuando le leo por teléfono resultados de un estudio. La casa de Pedro Morán, que tan moderna me pareció siempre, tampoco. Ahora hicieron unos PH. Paula sigue estando, siempre. Como dice ella: “veintiún años que estamos juntos, veinte que vivimos y diecinueve de casados”. La hermosa secuencia ascendente cambia todos los años. Está Felipe también. Y pienso que sería bueno despertar a Carla para ir a comprar libros al shopping.
(Escrito y modificado en diferentes momentos de la década del diez).