Queridos lectores, vamos por partes, como decía Jack…
La semana vino agitada. Por eso recién ahora están recibiendo el newsletter.
La verdad, la crisis de la página en blanco me tuvo a maltraer durante el finde, que es cuando escribo.
A mediados de la semana pasada se me había ocurrido un título (ustedes saben que yo escribo a partir del título y hasta que no aparece no hay nota).
Hoy a la mañana se me ocurrió que bien podría ser La Fiesta, y traer a colación un viejo artículo que escribí hace al menos diez años sobre la semana de fiesta que el Adolfo Rodríguez Saa tuvo mientras fue un efímero presidente. En fin, todos los de mi edad recuerdan esos días agitados y sino lo recuerdan, como dice un tocayo en otro news: “googlee señora, googlee” (y ya que está googlee el artículo en cuestión, que me da fiaca buscarlo).
Lo cierto es que a falta de fiesta, el Adolfo se subió ayer a festejo ajeno. Al de Poggi y Juntos por el Cambio que justamente le ganaron al Alberto ayer en el feudo familiar (si, desde fines del siglo XIX cada tanto hay un Rodríguez Saa que se queda con la provincia en cuestión… si hasta dicen las malas lenguas que estaban medio emparentados con Videla). Pero todo eso está muy bien explicado en otro news de la competencia (googlee…).
¿Por qué sacamos a colación este tema? Parece ser que se acabaron los feudos familiares en Argentina, perdieron los Sapag en Neuquén y ayer en San Luis los Rodríguez Saa se quedaron afuera (bueno, el Adolfo algo debe haber mojado…). Quién dice, en unas semanas la hermana Alicia (¿no me digan que no tiene pinta de hermana superiora?) tal vez entregue el feudo de Santa Cruz (muy recomendable, no es la primera vez que lo hago, la lectura de El amo del feudo).
Otro de los temas de la semana que pasó es el del humor de algunos de nuestros queridos investigadores. O del no humor, para ser más exacto. Ya están al tanto de lo que pasó con una inocente viñeta del mejor dibujante vivo en nuestro país, Horacio Altuna, quien nos acompaña desde la última página de Clarín desde hace unas cuantas décadas. El hombre se autoplagió un chiste del 2001, solo que no se dio cuenta que el clima había cambiado y la generación ofendida (en este caso señores y señoras de entre 20 y 60 años) le cayeron con todo… Leyendo entre líneas, la combinación entre el desconocimiento de los antecedentes del guionista y dibujante entre los más jóvenes y del sentirse traicionado entre los más veteranos (ya había pasado algo parecido cuando al señor Casiari le habían impedido que sus revistas entren al país) que veían una traición de uno de los suyos deja tapada lo más grave de todo, la exigencia sin condiciones de la autocensura.
En esa coyuntura, Altuna eligió ser Galileo, pedir la típica disculpa “si ofendí a alguien…”, explicar el chiste (un chiste que se explica no es un chiste), explicar que el personaje “no siempre refleja lo que piensa el autor” (realmente, ¿hay que explicar eso a señores científicos?) cuando podría haberse puesto el traje de Giordano Bruno y mandarlos allí donde corresponde (que en definitiva las hogueras no existen más… o al menos no deberían existir).
Unos pocos, en alguna circunstancia, pueden vivir sin permiso. Hubiese sido el mensaje perfecto en este caso.
En fin, no quiero olvidarme por último de una noticia triste de la semana que pasó. Allá por los años noventa, en una librería que la cadena Yeny tenía en el polo gastronómico que existía detrás del Centro Cultural Recoleta, encontré un libro que me pareció copado: Babilionia gaucha ataca de nuevo, era el título y venía a ser algo así como la segunda parte de Babilonia gaucha. Un largo y entretenidísimo anecdotario sobre actores y actrices que, en algún momento de sus carreras, tomaron aviones de dudosa calidad y partieron a Hollywood para hacerse famosos.
En otra vida me hubiese gustado ser crítico de cine. Lo cierto que cuando elegí que estudiar no había una carrera ad hoc (¿la hay hoy?) y elegí la por entonces joven y virginal Ciencia Política. Hoy, mi humilde aporte a la disciplina es dar clases tempranas en el CBC en la asignatura homónima.
Si como dice Malamud que dijo Bobbio la Historia es el laboratorio de la Ciencia Política, los experimentos se contrastan en el cine. Si no viste El Padrino, y te toca cursar conmigo, por favor, hacelo, ponete al día. Es importante.
El mejor halago que recibí, hasta ahora, fue: “Profe, usted tiene todo el cine en la cabeza…” (ya lo conté, pero el público, y los suscriptores, se renuevan).
Corría la pandemia y, clases virtuales mediante, la lista incluía un nombre conocido. Un tal Diego Curubeto. Automáticamente lo asocié a ese libro que había comprado hacía un par de décadas, en otra vida. Y si, era el mismo que estaba cursando el CBC para derecho.
Estaba en un problema, hasta entonces, cualquier referencia al cine que hacía los pibes la daban por cierto. Tenía ahora enfrente alguien que sabía. Transcurrido el cuatrimestre, creo que aprobé, al menos el hombre tuvo piedad y si le pifié en alguna referencia, supo perdonarla. Por otra parte, lo importante, también aprobó la materia en el primer examen presencial tras los años perdidos. Incluso filmamos un video con el regreso que puede verse acá.
Todo esto lo cuento porque la semana pasada Curubeto falleció. No era un hombre grande, según leí 58 años.
El gremio de los críticos de cine, como todo, está atravesado por las naturales divisiones de la especie humano/argentina. Dicho esto, sin ser uno de los críticos más citados, de todas las tribus que conozco lo recordaron bien. No era un crítico deslumbrante, creo. Tampoco escribía en un medio grande (lo hacía en Ámbito Financiero). Desde mi punto de vista, sin realmente conocerlo, era un “obrero” de la crítica.
Soy de respetar mucho a los “obreros”. De hecho, yo mismo como editor me considero uno (y Mario Bunge un día me saludó así). Lo mismo, soy un obrero de la política, la palabra militante nunca me gustó mucho.
Una pena su partida y me queda pendiente conseguir, algún día, el primer Babilonia gaucha.