El 55, los gallegos
“Los gallegos” en la jerga quinielera me recordó un amigo cuando llamó para saludarme por mi cumpleaños. Y si, llegaron los 55. Esta semana.
Y pasaron cosas, desde que en una tarde lluviosa de octubre, en la destartalada camioneta de mi tío, mi mamá llegó con dolores de parto al Sanatorio Agote.
De los primeros 45 ya hice un resumen en un viejo blog que anda dando vueltas aun por la web. Para los que no lo leyeron un poco de paciencia y esperen que llegue mi tan esperada autobiografía, que en algún momento saldrá a la luz, Aurelia Rivera y Catálogo del Plata mediante.
Lo cierto es que en ese pasaron cosas, desde 1968 hasta ahora, algunas sobresalientes en términos históricos, hasta la actualidad, nuestro país nos somete al eterno día de la marmota. Pero, a diferencia de lo que pasa en la película, los protagonistas no podemos modificar, a nuestro favor, una realidad cada día más acuciante. Y, como en la película, sabemos que si no las modificamos, lo que viene será peor.
Tengo ya 55 años. Son muchos. En esos años, entraron muchas cosas, casi dos vidas diferentes. Una, hasta el año 2001. Otra a partir del 2002. No es necesario repetir que ese año conocí a Paula y, literalmente, mi vida cambió.
A los 55 años ya las balas no pican cerca. Hay que esquivarlas.
Hacia fines de los años noventa, en el Leopoldo Lugones, en una retrospectiva de cine noir, una película me impactó: El ejército en las sombras, de Jean Pierre Melville, sobre la resistencia francesa. Una película angustiosa, pesimista, sobre hombres y mujeres que dieron todo, incluso murieron, por Francia. Hasta que un día dejan de correr. No pueden resistir más. No son capaces de esperar el devenir de la historia. Se rinden, sabiendo que serán muertos por la espalda.
En Asignatura pendiente, Jose, un abogado laborista rojo en una España durante la transición, le recuerda a Elena una frase de Primo de Rivera (“Pero ese no es de los tuyos”, le responde Elena), algo así como “La política es como aprender a andar en bicicleta, nunca hay que dejar de pedalear”. Y en la vida hay que esquivar las balas, nunca cansarse, nunca quedarse sin piernas, que siempre, lo mejor está por venir.
Encaramos optimistas el camino a los 56, aunque sean la caída. Y los 57, el jorobado (que un poco nos vamos encogiendo) y los que vengan de allí en más, y vamos pagando el trípode para caer con facturas (churros con dulce de leche, claro) a la casa de hija cuando tenga cien. Porque aun quedan cosas por ver, cochinillos y jamones por comer, cervezas por tomar, viajes por hacer, ciudades por conocer, botellas de vino por abrir, olivas por catar, mundiales por sufrir, calles de Buenos Aires por caminar (y de Madrid, y de Londres, y de Nueva York), películas por volver a ver, libros por volver a leer, que en definitiva de eso se trata lo que viene.
Porque el futuro es nuestro, a prepotencia de trabajo, como decíamos cuando no hacía falta esquivar balas, porque picaban lejos.