El flagelo de las ediciones post mortem o facturemos que se acaba el mundo…
Podríamos llamar también a esta primera columna: “Justo se nos hizo fiambre cuando teníamos las galeras para corregir”.
Seguramente parte de la importantísima obra de Kafka se la debamos a su amigo Max Brode, quien, pese a los deseos en contrario del autor, se hizo cargo de publicar la mayor parte de los manuscritos que el bueno de Frank no quería que viesen la luz.
Para algunas teorías de la comunicación, un mensaje o enunciado (la obra de un autor lo es) solo se convierte en tal cuando encuentra un receptor, cuando logra su cometido. Sin entrar en un análisis más a fondo, corresponde primero que esta columna tome posición: si el autor no publicó, tal vez sea porque no quiso hacerlo, porque no estaba convencido de lo escrito, porque podía avergonzarse de lo que había producido. Si no le dio continuidad, tal vez fue porque dio por terminado o agotado al personaje.
¿Con esta posición, corremos el riesgo de perdernos grandes obras? Si, por supuesto. Lo mismo sucede con una obra pictórica…, ¿cuántos cuadros logró vender Van Gogh antes de su muerte? Muy pocos, casi lo elemental (o tal vez ni siquiera) para subsistir. Pero el problema no es ese: no es la excepcionalidad de algún genio que no fue comprendido en su época.
Hace unos pocos años, descendientes de Julio Verne “encontraron” en un arcón un libro que el francés no había llegado a publica: París en el Siglo XX, en el que, por ejemplo, se anticipaba al fax. Oportunamente este libro había sido rechazado por los editores, ahora se buscaba convertirlo en best seller.
Muchas veces son ejercicios incompletos del autor, que este jamás habría llevado al editor.
Pero ahora el autor está muerto, y la obra queda en manos de sus descendientes, necesitados de que esta se conozca, bah… de que genere derechos de autor.
Pasó con Mario Puzo, autor sobrevalorado a partir del único gran libro que escribió: El Padrino. A este sus herederos le adosaron a un tal Mark Winegardner para que escribiera una continuación de la saga, que pasó inadvertida, gracias a Dios y a Mario. En este caso, ni siquiera Don Mark utilizó notas dejadas por Puzo.
Le sucedió al gran Raymond Chandler, a quien sorprende la muerte mientras escribía Poodle Springs en 1959. Lo que debió haber sido una obra inconclusa, se convierte en una pesadilla que se encarga de retomar Robert Parker en los años noventa, para desdibujar un libro que ya venía pistoneando.
Hace unos años descubrí en librerías una supuesta obra póstuma de Michel Crichton, el creado de ER emergencias y autor de Jurassic Park nos legó un mediocre Latitudes Piratas, un libro casi sin revisar que sacó al mercado RHM, y nos provoca escozor recordar a sus fanáticos.
No había pasado horas de la muerte de Carlos Fuentes para que su editor anunciara lo publicación de dos libros inéditos, mientras se preguntaba como hacer la gira de promoción.
Ni Peter Pan se salvó a principios de este siglo del este flagelo: Ante la inminente liberación de los derechos (por pasar a dominio público), los dueños de la obra de James M. Barrie, el hospital Great Hormnond lanzó una segunda parte escrita por Geraldine McCaughrean, Peter Pan en Rojo Escarlata, con el sólo fin de prorrogar los derechos dentro de la Unión Europea.
Como se muy bien que las editoriales y los editores no dejarán en descansar en paz a los autores, les propongo aquí algunas secuelas:
Juvenilia 2: Miguel Cané llega a la Universidad y cuenta divertidas travesuras para evitar la reforma universitaria
El Príncipe ataca de nuevo: Un lúcido descendiente directo de Maquiavelo se explaya sobre la mejor manera de reformar constituciones para lograr reelecciones indefinidas, con prólogo de Cristina Kirchner.
Crónicas Marcianas, regreso al planeta rojo invadido: Los descendientes de los primeros colonos espaciales enfrentan la llegada de la sonda Spirit y se dedican a fraguar divertidas fotografías que no pueden ser interpretadas por el jefe de la misión, justamente un argentino.
Y por último, Descontracturando a Doña Petrona: la tradicional cocina argentina reinterpretada y convertida en moléculas por Ferrian Adriá, para ser presentada en la próxima reapertura de El Bulli, prevista para el 2030.
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