Instrucciones para ver Star Wars
En algún momento de su prolífera carrera literaria, Julio Cortázar necesitó subir una escalera y por algún motivo no supo como hacerlo. La experiencia lo llevó a escribir unas instrucciones para que, en otra situación similar, acudir a las mismas y no cometer errores.
En el mundo de las sagas interminables (por suerte) en el que se ha convertido el cine moderno, Star Wars es probablemente la franquicia más larga después de James Bond (las Rápido y furioso no cuentan dado que, como todo el mundo sabe, son persecuciones de coches sin ningún guion ni historia) (los coches son algo muy sobrevalorado, además).
En fin, que a una saga de esas características en las que, además, no todas se hicieron con un esquema de continuidad clásica, se le puede entrar de muchas maneras.
1. Cronológicamente, tal y como fueron presentadas desde 1977 hasta la fecha (a efectos de economía de lectura, no vamos a incluir ni las series ni las historias animadas, que no las vimos, además).
2. En orden capitular. Es decir: Episodio I, Episodio II, Episodio III, Han Solo, una historia de Star Wars, Rogue one, Episodio IV, Episodio V, Episodio VI y las otras tres que algunos dicen que son parte de la saga. Pero todos sabemos que son otra cosa.
3. El Modo Esteban, que bien podría llamarse Rayuela (ya sabrán porque).
Dado que esta columna es autoreferente, vamos con el Modo Esteban, que es el más recomendable, claro.
Digamos que Star Wars se estrenó en Estados Unidos el 25 de diciembre de 1977. Dicen que George Lucas no quiso entrar a esa función inicial (e iniciática) dado que hasta el momento solo había recibido palos (incluso de algún amigo, como Brian de Palma, que se ofreció a “arreglarla” por un par de millones de dólares, otros, como el bueno de Spielberg, no solo le dijo que “recaudará 100 millones” sino que le hizo un curioso canje, un porcentaje de lo que recaudaría Encuentros cercanos del tercer tipo contra el mismo porcentaje de lo que recaudaría Star Wars, rápido para los números Steven). La leyenda sigue, al momento de la aparición de Han Solo, al rescate de Luke en la Estrella de la muerte, una ovación salió de la sala. Seguramente los hechos están agrandados, pero es imaginable que, en 1977, algo así pudiera darse.
Lo cierto es que unos meses después llegaría a la Argentina. Y aquí es donde ustedes, queridos lectores dirán “Ahí está, empezamos el Modo Esteban por ahí”. No. No empezamos por ahí.
En 1978 mi entusiasmo por ver la película de la que todos hablaban se vio frustrada por varias cuestiones: no la proyectaban en el 25 de Mayo en el momento que yo podía ir con alguno de mis amigos del barrio que, vale aclarar, tampoco tenían mucho entusiasmo por una de “naves espaciales” y a mi mamá se le ocurrieron todas las excusas posibles dado que, estando mi abuelo enfermo, no estaba en sus prioridades como contener a su hijo que estaba entrando en la preadolescencia. Por algún motivo, en un momento la convencí: “me llevás al hospital, que está a la vuelta del cine, me dejás en la puerta del Aconcagua y cuando termina me venís a buscar”. Cedió, pero llegado el momento alguna excusa de último momento frustró lo que podría haber sido mi primera película solo (un placer que, en los años noventa, pude vivir sin culpa, sobre todo en los cines que sobrevivían en Lavalle). Hoy entiendo a mi mamá, pero en ese momento, no. Lo cierto es que mi abuelo estaba realmente enfermo, pero, como dije en otro post, esas cosas no se contaban, ni al enfermo ni a los chicos (banco, eh). De todas maneras, ese año, mamá usó la enfermedad y la posterior muerte de mi abuelo para un montón de cosas. La justifico, los padres hacemos esos manejos culposos.
(No voy a poner imagen del Aconcagua, está muy hecho percha y no se merece que lo mostremos así después de tanta felicidad que nos dio).
Dada esa frustración inicial, no podía creer cuando, unos meses después, en diciembre, canal 9 anunciaba, con bombos y platillos Star Wars en la pantalla chica. Un evento que merecía, ahora si, juntar a toda mi familia (por el lado de madre) frente al 20 pulgadas en blanco y negro a válvula que presidía el comedor de Campillo. Si bien no estaba el histórico dueño del canal al frente, dado que un par de años antes Lopecito y sus secuaces se habían hecho de prepo con las emisoras de aire, Pero evidentemente, así como Romay había vendido Beetles por Beatles, ese viernes por la noche lo que se proyectó fue el Especial de Navidad, un producto del que, aun hoy reniegan sus protagonistas y por el que solo su recuerdo me hacen doler los ojos. Nadie entendía nada, más allá que por un poco de piedad mamá o una de mis tías haya dicho “bueno, las canciones son lindas”.
Ese fue el primer paso del Modo Esteban.
Podríamos haber seguido con el Episodio V, la considerada mejor película de la saga. Pero no. De nuevo, mamá y papá se tiraban la pelota entre ellos y, el día asignado para que Francisco me lleve (no se como lo convenció mamá) un partido de Almagro, el sábado a la tarde, se interpuso entre mi felicidad y la segunda pasión futbolística de papá. Sábado por la tarde, entonces, a alguna cancha de la B a ver al equipo barrial de mi viejo. Y a envidiar en los recreos a mis compañeros que “ya la habían visto” e intercambiaban comentarios y figuritas en el recreo. Era ya el año 1980 y desde hacía uno, vivíamos todos en Campillo.
A partir de ahí, no hubo caso. Ningún continuado ponía alguna de las dos en su programa vespertino, ni el 25 de mayo, ni el Aconcagua, ni el Plaza ni El ateneo, los cines a los que ya, casi adolescente, empezaba a transitar solo o con algún compañero.
Pero en 1983 llegaría mi venganza. En diciembre, un año muy intenso, con la democracia también regresó el Jedi. Fueron meses previos intensos, de leer todo lo que se pudiese sobre el tema (y también sobre la democracia que llegaba). Ya tenía un amigo incondicional para los sábados por la tarde, con el que sabíamos todas las tácticas para ver las “prohibidas para menores” en el Plaza o en el 25 de mayo o en el Gran Urquiza. Pero en este caso no habría problemas, con el Pollo Alejandro, las puertas del Atlas Lavalle se abrieron cuan cueva de Alí Babá ante nuestros tickets.
(Foto ilustrativa, no es el programa de ese día sino uno que encontré en la internet…).
Frustración. No entendí que veían en esa película. Una novela de la tarde me pareció: “Que sos mi hermana, que eres a quien amo, que vuelve de este lado padre” (yo no lo sabía aun dado el Modo Esteban, pero además ellos ¡habían chapado!). Si. Confieso que lo mío fue medio herético. No supe ver que estaba viendo. Pero, como se que muchos de los que me leen transitaron esos años conmigo, y no me dejarán mentir, mi transformación fue inmediata, casi como si alguno de los lados de la fuerza me llevara a su campo. A la semana, dado que no había modo de ver las películas anteriores, estaba tratando de conseguir, al menos, los libros. Fue imposible, no existía Mercado Libre donde buscarlos. Una tragedia.
Pero algo pasó, como si mi conversión mereciera un premio. El reestreno, al año siguiente, de las otras de la saga (un recurso que George Lucas usaría en al menos dos oportunidades más para conseguir cash). ¡Y qué mejor que un programa doble en el Aconcagua!
Pero ingenuo de mí, no contaba con un nuevo problema. Acordamos con Guillermo, otro de mis amigos de esa época, ir juntos. Ir juntos cuando él llegara, no cuando marcara el inicio de la función. Muchos de los que me leen saben a que me refiero: la proverbial impuntualidad de GG. Entramos tarde a la función nocturna que comenzaba con Una nueva esperanza. Muy tarde, básicamente en la escena donde Luke y Leia están a punto de ser triturados entre la basura (una cosa muy loca de las películas de antes es la humanización que hacen de algunas cosas: las naves espaciales tienen un triturador por donde la basura pasa antes de ser tirada al espacio). Recuerdo mi diálogo a los minutos, cuando un primer plano de Carrie Fisher me recordó a una política mediática de la época: “¡Se parece a María Julia!”… y si, en esa película la hermosa Carrie no está en su mejor momento.
(¿Se parece o no a María Julia antes del tapado de piel?)
Su impactante cambio se va a dar justamente en la que hoy me parece la segunda mejor de la saga: El regreso del Jedi.
Al rato de terminar Episodio IV vimos El imperio contraataca y, por esas maravillas del continuado, el inicio de Una nueva esperanza. A ahí si, fue amor eterno.
Pero todo había quedado en eso. Una fugaz saga que, todos sabíamos, no tendría continuidad. Los creyentes dudábamos: no habría nunca nueve capítulos, como el canos rezaba, que George había pensado (nueve evangelios….).
Pasaron años, casi un par de décadas completas y una nueva remasterización (para hacer cash, que en definitiva es lo que manda). Incluso una edición en VHS que obviamente adquirí y en algún momento presté… (y jamás me devolvieron).
Y entonces, en un número de El Amante alguien informa que la saga volvía. Y por el principio
(Estaba seguro que fue tapa, pero evidentemente la confundí con esta de dos años antes cuando se hizo la segunda remasterización).
Así vi, no una sino dos veces (la primera en el Village, la segunda en un cine de Mar del Plata), La amenaza fantasma. Me obligué a que me guste. Ya era una persona racional que acepta el Evangelio sin más. Incluso no odié a Jar Jar Binks. Es más, hasta me pareció más copado que Qui-Jon Jinn.
El Modo Esteban comenzaba a surtir efecto de incondicionalidad.
Y así, en el mejor momento de mi vida, llegaría para coronarlo una invitación de Marcos para el preestreno de El ataque de los clones. Una invitación rara, porque era un preestreno en el que había que pagar la entrada al Village, pero ir con Paula no tenía precio. Si, creo que la conquisté definitivamente al pedirle compartir ese momento de felicidad conmigo.
¿La película? Bien. Aprobada.
La relación, sigue hasta hoy.
Y entre hija uno e hijo dos llegó el momento por todos esperados: “Yes master”, se escuchó una ovación en el Cinemark al final de La venganza de los Sith. Esa frase final solo superada por una línea de guion que tan bien le queda a los populismos: “Y así, con una ovación, termina la democracia” cuando el Senado le otorga poderes extraordinarios a quien todos sabemos (guiño, guiño) es el más malo de todos.
Después llegaría Rogue One, según el Modo Esteban, recuerden, también en el Cinemark, que para algo me mudé cerca. Contra toda crítica, creo que refleja fielmente el espíritu de Star Wars. Sus personajes son humanos. Saben que luchan contra algo más grande que ellos. Se sacrifican por ello. Ahí están cameando los que nos gustan. Explica lo que antes no nos habían explicado.
Y cerrando el Modo Esteban llegó, en DVD, Han Solo. Que podría bien llamarse solo teníamos unos mangos para el guion…
En fin, que dicen algunos que hay otras tres… no llegan ni a ser Evangelios Apócrifos… ¿Qué es eso de matar a Han? Yo creo que cuando Harrison leyó el guion exigió espichar de la vergüenza que le daba (es la única película donde Ford muere, si eso no es un indicador…). Si hasta Luke amaga con no querer saber nada de esa nueva “patriada”… como se ve claramente al inicio de Los últimos Jedi (ojo, hay una escena buena de Chewbacca que no se como no fue cancelada). ¿Rey una Skywalker? Solo en la afiebrada cabeza de J. J. Abrams… En fin, hay otros personajes pero ni nos acordamos los nombres… ni vale la pena googlear.