“La gloriosa gesta quedará plasmada en una película”
Durante más de cuarenta años discutí con mi memoria si ese flash televisivo que había visto en casa de mi madrina era real o producto de mi imaginación. Corría 1982 y la guerra de Malvinas estaba en los noticieros matutinos y vespertinos de todas las casas. Incluso las notas de color anexas. Hasta recuerdo una filmación de segundos (seguramente un corte de otra película), Palito Ortega al mando del volante del coche y una ruta que entraba a puerto. El destino trazado del Capitán Giachino, la única víctima del desembarco.
Siembre me pregunte: ¿Malvinas vale una guerra?
Hace algunos años, en otro blog, escribí un texto que se titulaba “Malvinas no vale una guerra”, ese texto, junto con otros, quedó en la memoria de algunos y en un libro próximo a publicarse, y aun tiene vigencia.
Podría fácilmente replicarlo aquí y asunto cerrado, pero no me gusta, en general, repetirme, aunque, como Raymond Chandler, soy un poco indulgente y me acostumbro al refrito.
Suelo preguntar en clase, cuando doy una unidad sobre Estado desde el texto clásico de Oscar Oszlack, cuál es el principal motivo por el que las Islas Malvinas son argentinas. No importa el origen de la escuela de la que vengan los chicos, siempre la primera respuesta es la misma y hace referencia a las doscientas millas marítimas.
Toda nación necesita de mitos fundacionales y la nuestra no escapa a dichos mitos. Desde la acción heroica de Cabral para salvar a San Martín hasta la terquedad de Sarmiento para no faltar nunca a clase, esos mitos se relatan una y otra vez en los distintos niveles de la escolaridad, los mismos en los que la posesión histórica de las Islas nos corresponde.
Es en esas aulas donde empezamos a saber que las islas “son nuestras” por herencia del virreinato. Volviendo un día de sala de dos, Felipe pudo responder a mi pregunta “¿qué te dijeron de Malvinas?” que “son de Argentina”. Uno de mis primeros recuerdos de la escuela primaria es, justamente, un acto (no del 2 de abril porque este aun no había sucedido) donde dos chicos hacían, con movimientos torpes y ensayados, de pingüinos que a viva voz decían lo mismo “Las Malvinas son argentinas”. En 1974, en una escuela pública del barrio de Retiro, la French y Berutti (otros de los míticos creadores de nuestra nacionalidad).
A esta altura, querido lector, habrá podido discernir que no soy malvinero. Esto no quiere decir que me sean ajenos los hombres que allí murieron defendiendo dichas islas en nombre de nuestro país. Al contrario, suelo emocionarme con las hazañas de muchos de ellos. Incluso estoy convencido que aun no se escribió el libro definitivo sobre la guerra y creo que el único que podría hacerlo con objetividad y pluma es un historiador inglés, Antony Beevor (guardo esperanza que algún día lo haga, dado que se le van agotando los temas desde Berlín, Stalingrado y La Guerra Civil Española hasta ahora).
Los recuerdos sobre aquellos días de 1982 son bien presentes, aunque alguno pueda superponerse y hoy podemos mirar con otra lupa o interpretar de otro modo. Tengo para mí, luego de muchas lecturas, que la etapa previa con los chatarreros en las Islas Georgias, no fue otra cosa que una operación de falsa bandera en la que entraron, como caballos, tanto los ingleses como los militares argentinos.
A partir de allí, todos hicimos cuentas de barcos, aviones y fragatas, cantamos el himno a la entrada del colegio y, por supuesto, la marcha de Malvinas sonó más veces en los recreos que “I just called to say I love you” en las disquerías de Lavalle tan solo unos años después. Todo regado con dosis de propaganda extraoficial desde todos los medios, incluso las revistas infantiles como Billiken que hasta hacía un par de años leía con pasión:
Los mismos oficinistas que el 31 de marzo habían marchado con la CGT contra el gobierno se aglutinaban día por medio en la marquesina de La Prensa o La Nación para ver cuantos aviones habíamos “bajado” esa jornada y para pedirle a Galtieri que salga al balcón cuando convocaban, ahora sí, oficialmente para apoyar la gesta.
Hace unos meses, Paula resolvió la discusión con mi memoria (a mi favor) ratificando la imagen del primer párrafo. Nadie me acompañaba en mi recuerdo pero, quien mejor que la mejor arqueóloga de revistas sobre la guerra para ratificarlo con una imagen de Radiolandia, la que se adjunta:
Mientras la última guerra clásica del siglo XX transcurría en el lejano sur, los vecinos de Parque Chas heroicamente cambiaban el nombre de la calle Londres, con cierta falta de coordinación que hacía en una cuadra se llamase “Héroes de Malvinas” y en otra “Crucero General Belgrano”. Tan valientes como los mozos que modificaron el nombre de Sopa Inglesa por Sopa Criolla o los dueños de la Franco Inglesa por el de Perfumería la Franco (a secas).
Como en toda historia de la historia argentina siempre hay un avión con peronistas, y todos recordamos el que “llevó a los políticos y a los sindicalistas” (menos a uno, como nos gusta recordar a los radicales). Lo que pocos recuerdan es que esos políticos y sindicalistas no tuvieron ningún reparo en subirse al avión en el que también viajó Videla y tampoco en comprar souvenirs en las islas. Quienes hubieses reparado en esa imagen no debieron sorprenderse cuando, un par de años después esos sindicalistas dirían “nosotros no sabíamos nada” de la represión al ser citados como testigos de la defensa en el Juicio a las Juntas Militares.
En toda familia medianamente politizada hubo uno que sin ponerse colorado dijo: “Yo a los milicos, con esto, les perdono todo”. Al menos, en la mía, escuche esas palabras textuales.
También tuve un primo que, meses después, asignado aun a la calienta zona sur, simplemente decidió comerse un sándwich de ají molido para que le den de baja de la colimba. Prefirió la humillación a la que lo sumió su superior a bancarse la estupidez del servicio militar.
La memoria guarda también el día en que una compañera, ante nuestra ingenua discusión sobre avances y resistencias lejanas nos espetó: “ustedes son boludos, ahí están matando pibes de verdad, no están jugando al Tope y Quartet” (creo que no fue tan amable, pero la mención al juego de cartas estaba en el aire todo el tiempo que comparábamos fragatas, aviones y municiones).
Un día volviendo de gimnasia en el 176 escuché desde la radio del bondi un comunicado que iba poniendo las cosas en orden (la memoria cultural es fallida en este sentido y da a entender que los “Comunicados” de la Junta Militar mentían, eso no es cierto, los que disfrazaron la realidad fueron los medios, con el Joni Viale de la época como abanderado, José Gómez Fuentes): “se combate cerca de Puerto Argentino”, decía.
A la madrugada siguiente la cosa ya no daba para más y, por la tarde, supimos que la guerra había terminado.
En las Islas hay una estatua de Margaret Thatcher, pero circula un chiste que dice que en realidad debería estar la de Galtieri, porque los puso en el mapa. Hasta ese momento los isleños tenían más trato habitual con el continente a través de Argentina que con Gran Bretaña. Incluso algún proceso de integración cultural (los primeros habitantes del siglo XIX llevaron más de una tradición al interior de las mismas como el consumo de asado con cuero) e idiomática. Pocos días antes de la invasión el último contingente de maestras de español había llegado para dar continuidad a la enseñanza del idioma. Incluso Perón, como se cuenta en la obra canónica La trama secreta, estuvo a punto de lograr un acuerdo al estilo Hong Kong. Pero como todos sabemos, Perón se murió y dejó lo que dejó, sabiendo que se moría (más que un “estratega” un “táctico” con todos los defectos que ello implica en un líder, aunque justo eso no lo hace líder, ¿no?).
El ser malvinero atraviesa toda la clase política argentina, de izquierda a derecha. Salvando la necesaria postura de la profesión diplomática, que tiene su propia agenda en este y otros temas, la sobreactuación política deja mucho que desear y también contradicciones.
Hoy gobierna un presidente que no lo es (o al menos no se le conocen una postura clara al respecto, aunque la huelo más cercana a la de Bregman que a la de Pinedo) acompañado por una vice hija de un veterano de la guerra que, además, abrió una dirección específica en el Senado para darle conchabo al otro Joni Viale de la guerra. Tampoco cree en el Estado, es decir, su posición es afín a la prehistoria contractual de la sociedad. Pero ese es otro tema.
Sigo interrogándome si Malvinas vale una guerra. Aunque todos y cada uno de los sucesos que acaecieron esos días de 1982 marcaron para siempre el futuro.