No nací con el cosito de escuchar a Spinetta
“No nací con el cosito de escuchar a Spinetta”. ¿Cuántas veces leíste esa frase en Twitter? Seguro que un montón. Sobre todo, cuando los fanáticos de Spinetta recuerdan un nuevo aniversario de su nacimiento o de su muerte. O, como pasó hace unos días, el aniversario de la publicación de su long play “Artaud”, de raro formato, para colmo.
Sinceramente, me encuentro en el primer grupo. Lo lamento por más de alguno de los amigos que se que me leen y son fanáticos. Mi oído musical, tal como alguna vez lo definió la señorita Egle, no es de aquellos que puedan diferenciar una nota musical de otra o un acorde de un estribillo (igual, a Egle nunca la querremos, ella me expulsó del coro directamente sin escuchar más de un verso de los que emanaban de mí boca, generando traumas que a lo largo de mi vida no he podido resolver y, por otra parte, cuántas personas conocen que casi tuviesen que irse a marzo en ¡Música! de sexto grado por no poder tocar la flauta dulce).
Envidio sinceramente a quienes si tienen esa capacidad.
Vamos a lo concreto. Entiendo que Spinetta fue un músico excepcional. Y, como todos los de mi generación hemos aprovechado cuando en un quince sonaba el clásico “Muchacha”, claro que, como también como muchos de mi generación, sin atreverse a admitirlo, sin entender ni jota de que iba el tema.
Tal vez en la intención del autor estuviese implícito dicha incertidumbre. Que cada quien entienda lo que quiera.
Por ejemplo, cuantas veces Baglieto o Garré, en aquellos años ochenta, habrán aclarado que “Era en abril” no tenía nada que ver con sus vidas. Tal vez, ser literales a los músicos les traía más problemas que ser metafóricos. O, como en el caso de Nito Mestre o Charly García directamente cagarse de la risa de las interpretaciones estrambóticas sobre “Rasguña las piedras” era parte del contrato tácito interno del dúo.
No creo haya sido la intención de Spinetta. Creo que el hombre escribía así, metáforas que en muchos casos solo entendería una generación, por cierto, mucho más formada que la nuestra y que las que nos siguieron.
En ese sentido, el método de Cerati, de quién hablé en el post anterior, se me hace más original y hasta divertido. Palabras con sonoridad que iba anotando en un cuadernito (jóvenes lectores, así se escribía antes, en un cuadernito). Generaba la música y luego buscaba en ese babel de palabras (ja, yo también puedo ser metafórico) construía la frase.
En mi caso, me encantaría escribir una novela al solo efecto de incluir una de las palabras que más me gustan y que solo aparece en las novelas de aventuras: “prao” (esa especia de nave con velas de origen malayo o de esos lares). No, no es que escribiéndola acá ya sea suficiente. La palabra tiene que aparecer mucho, como en las novelas de Salgari, casi que todo el libro sea la excusa para usarla. Ven, por eso entiendo, un poco más, a Cerati. De todas maneras, su mejor tema no es de él. En fin.
Esta misma cuestión, la sensibilidad para entender las letras, se me hace más palpable en el cine.
Si hay un dirigente político que no me gusta nada, al que no le compraría una sola idea, es al español Pablo Iglesias, el Coletas, como le decían por allí. El ex Coletas (se ha cortado el pelo ahora) comentó una vez en una entrevista algo así como que no podía ver películas si eran muy complicadas. Que haya un bueno y un malo y ya.
En fin, que el cine croata en el exilio, como le llamaba un sabio amigo que tuve en los ochenta (dueño de un video club al cual llamó con el nombre de una película indi de eso años, inentendible por cierto también) no es lo del ex Coletas. Tampoco lo mío.
En esos deliciosos años ochenta en los que en una misma semana podía estrenarse una película de Spielberg, otra de Ridley Scott y alguna de Coppola, nuestra capacidad de elección se veía condicionada por la plata que nos quedaba de los recreos. Entonces por que desperdiciarla en una de croatas exiliados… a lo máximo que nos podíamos enfrentar era a Blade Runner, que no solo tenía mujeres hermosas y trabajaba Harrison Ford sino también tiros y persecuciones. Lo básico para una buena película. Y, además, ¡estaba explicada! Porque rompernos el coco si el personaje de Harrison era un replicante o no. Era de los buenos y punto.
Pero no, empezó la moda del director cut y allí fue el bueno de Ridley a arruinar lo que los sabios productores habían arreglado. En el medio, la lectura del libro original, Sueñan los androides con ovejas electrónicas, escrito por Philip K. Dick luego de una ingesta de todos los ácidos disponibles en el mercado por esos años (como todo lo que escribió), no ayudó mucho. El director cut resultó ser aun más inentendible que el libro. En fin. Volvamos a la música.
En defensa de Spinetta, por otra parte, lo popular no necesita ser populista. Pero, ¿escucharon la linealidad de algún tema musical dirigido a los adolescentes actuales? “El elefante trompita”, del padre de Tito Alberti, o “El auto de papá”, del gran Pipo Pescador (que feo lo de los payasos españoles queriendo chorearla) tienen más profundidad que cualquier tema de ¿Pop? ¿Rock? ¿Trap? o el género que se nos cruce.
Al menos, aunque la mayoría no nacimos con el cosito de entender al Flaco, al menos nos quedamos con una época un tanto más compleja que nos desafiaba día a día.