Parque Chas
Según uno de los mitos urbanos de Buenos Aires, a Parque Chas no entraban los tacheros porque no sabían como salir. Con ese argumento, tampoco había choreos, porque los chorros no sabían por donde escaparse.
Ninguno de esos mitos era cierto (vale aun más ahora, en tiempos de GPS). Mil veces volví de noche en taxi a Victorica, nunca un tachero se privó de un viaje por dicho motivo. Incluso, una vuelta me pasó que el mismo tachero, a la misma hora, me llevó dos días seguidos. El segundo incluso me comentó: “Yo ayer lo traje, no?”. Y era cierto.
Lo de los robos, habría que preguntarle al vecino que le robaron el auto una noche de fines de los noventa. Con tuerca, alarma y sin cables lo dejaba el vecino. Igual, el coche pasó a mejor vida, seguramente en algún desarmadero de Warnes. Si eso pasaba en los noventa, cuando los chorros no andaban con la Filcar abajo del brazo, pero sabían que por Victorica se salía a Triunvirato o Los Incas o por Gándara a Constituyentes o también Triunvirato, menos en estos tiempos modernos.
Es cierto que la casa de mi vieja, en los primeros años de este siglo estaba más protegida. Justo en frente de su casa vivía la madre del Jefe de Policía de la Federal, y gozaban de la privacidad de un policía de consigna. Por lo menos hasta el momento exacto que había dejado de serlo. Cinco minutos después, el consigna había pasado a nuevo destino.
Debe ser una práctica habitual, a la vuelta de casa, por Bulnes, durante muchos años una garita de esas prefabricadas ocupaba parte de la vereda en la puerta de un alto edificio del montón, dentro un Gendarme tomaba mate y escuchaba la radio. Así pasaban los turnos y los días. De un día para otro, la garita no estuvo más, evidentemente el señor que allí vivía pasó a retiro.
Volvamos a Parque Chas. Esta semana di muchas vueltas pensando en sobre que iba a escribir. Una de las primeras opciones era sobre mi segundo (o tercero, según se cuente) barrio. Lo cierto que había otras opciones. Es más, tenía (tengo) mucho más claro de que iba a escribir la semana que viene. Pero en este caso era todo gris. Otra opción era escribir sobre Soda Stereo, dado que se cumplió el 19 de mayo un nuevo aniversario de su último (y fatídico recital). Pensaba refritar un texto que ya había publicado. Se escribió mucho sobre Cerati esta semana, incluso una nota en The Guardian que, en español, se publicó en Nuevos Papeles. También, por estos días salió una nueva biografía de Sergio Marchi que, oportunamente leeré (últimamente solo me tienta leer biografías, debo tener unas veinte pendientes). Lo cierto que pasé de largo.
Otra era escribir sobre política y la operación de blanquear a Milei “publicando” su plataforma que se dio en algunos medios. Justo, justo… El proceso electoral obliga a los partidos políticos a presentar una plataforma una vez inscriptas las candidaturas oficiales. Sin embargo, esta catarata de propuestas verborrájicas que vaya a saber quien escribió, oportunamente se filtra en estos días, cuando el resto del universo político tiene trabajando a sus cuadros y fundaciones en la preparación de las mismas. Pero el periodismo ya decidió cual será “la oposición deseada” y todo girará alrededor de ello. En ese caso iba a hablar de dos de los temas que ya están instalados y que me irritan particularmente: las escuelas voucher y el comercio de órganos. En fin, que quedará para otra oportunidad.
En clase se me apareció otro tema posible: las constituciones fachadas, como las definió alguna vez Giovani Sartoni (¿les conté de la vez que me saqué una foto con Sartori pero que al fotógrafo se le olvido revelarla y me quedé sin foto? Es mi karma, tampoco tengo foto con Alfonsín…). Dando el tema en clase, me acordé de cuando en 1980, en sexto grado, mientras mis viejos se fueron a la cancha a ver como Argentinos Juniors, con ayuda del referí le hacía cinco a River (mi indignación ante semejante bombeo fue mayúscula, dado que el referí era el papá de uno de mis amigos del barrio y en alguna ocasión era el encargado de hacer pool en las salidas), me tuve que quedar en casa estudiando el Preámbulo. Si. En tiempos de la dictadura, en sexto grado con la señorita Lizy (al igual que ahora) se estudiaba la Constitución Nacional que, no hace falta aclarar, no estaba vigente. Me pareció un claro ejemplo para dar. En cierto punto, en su absoluta incompetencia, los milicos sembraron un recuerdo inconsciente en varias generaciones de adolescentes que, tan solo unos años después se convirtieron en seguidores incondicionales de Alfonsín: “El único presidente que puede hacer realidad eso que nos enseñaron en la escuela” supo decir Quino.
En fin, que al viernes tenía más o menos decidido volver al tema original. Escribir sobre Parque Chas.
Los barrios tienen unos límites precisos, establecidos por alguna oportuna ley que en catastro debe ser la Biblia. Pero los límites culturales son otros. Por ejemplo, de los noventa hasta acá, las inmobiliarias tomaron esa frase de Ho Chi Min y en lugar de crear “uno, dos, tres, mil Vietnam” crearon “uno, dos, tres, mil Palermos”. Los periodistas deportivos, por su parte, corrieron los límites de Nuñez para que River sea el club de dicho barrio, cuando catastro lo ubica legalmente en Belgrano. Y así podríamos seguir.
Mi Parque Chas comienza en Triunvirato y Los Incas, llega hasta Constituyentes y cierra en Mendoza. Es decir, le regalo un par de calles a Ortuzar y le afano, en el proceso unas cuantas a Urquiza.
Allí entonces sobrevive la Librería San Luis, pero recientemente feneció La Reina, la panadería que se mantenía firme desde hacía unas cuantas décadas.
Siempre un barrio politizado, en un momento llegué a contar tres locales de militancia kirchnerista en dos cuadras. Con el tiempo solo sobrevivió uno. Pero semejante derroche de recursos seguramente se debió a cierta progresía originaria que, allí por mediados de los ochenta, hospedó uno de los pocos locales del PI que hubo en Buenos Aires.
Una de las características del barrio es el nombre de sus calles y su homenaje a ciudades europeas: Berlín, Londres, Liverpool, Dublin, entre otras. Estas últimas tres fueron rebautizadas durante la guerra por esa progresía latente que tanto protagonismo tuvo esos meses. Lo loco es que nunca hubo una decisión oficial de dicho cambio, ni entonces ni luego. Pero esos meses, una cuadra de Londres pasó a llamarse “Combatientes de Malvinas” y a la siguiente (se ve que viejas inquinas de los vecinos no se pudieron resolver) “Puerto Argentino”. Misma suerte sufrió el pasaje Liverpool o la continuación Dublin.
Últimamente Parque Chas nos dio vecinos famosos. Y se ve que eso de los límites imaginarios del barrio corre también para las provincias, porque de una de sus calles se eyectó directo a La Plata el actual gobernador. Y eso no es nada, más de una vez algún vecino debe haber cruzado a Bublé comprando facturas en la hoy malograda La Reina (o se piensan que el gusto por las medialunas es solo un yeite de Travolta).
En fin, que en los últimos años Parque Chas además se hipterizó (como la ciencia política que se llenó de esa tribu urbana que uno, a primera vista pensaría más cerca de los sociólogos). En solo tres cuadras, sobre La Pampa (recuerden mi límite imaginario) conté cuatro cafés de autor, como se le dicen ahora. Eso sin contar los dos de cadenas pretensiosas. Hace unos días me senté en uno y me entretuve con la carta mientras decidía que elegir, mientras la moza me advertía que el “expresso acá lo hacen corto”, ante mi duda de si no estaba confundiéndose con el ristretto, con los dedos me indica que ese “era más chico aún”, le digo “tráeme un expresso doble” mientras se lo señalaba en el menú (que por suerte no era virtual). En fin, que el expresso doble era tan chico como el ristretto de cualquier lugar. Me resigné, le dije “llená la taza por favor”, arriesgándome a que el barista me retara… En fin, que los cafés de autor tienen tantas vueltas como Parque Chas, o como las que di yo para poder escribir algo medianamente decente esta semana.
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