Sexto sentido
Hace muchos años, fines de los años noventa, el terror soft dio dos buenas películas: Scream y Se lo que hicieron el verano pasado. Films livianos, con un par de protagonistas surgidas de la misma serie de televisión, Party of five, con los años y un buen marketing inicial se convirtieron en películas de culto. Cabe destacar que, en el caso de la primera, al menos había un buen director y una buena historia (llena de guiños) detrás.
Dado que toleré dignamente dichos films, es decir, no tuve que tapar mis ojos en casi toda la proyección, pensé que Sexto Sentido no sería un trajo muy dificil de digerir. Era además, la película de moda y, de algún modo, la consagración actoral fuera del cine de acción de Bruce Willis. Todos hablaban de “el final”, pero nadie aclaraba mucho o yo no había escuchado bien.
Digamos solo que vi la película en una función tardía de la matiné en unos cines nuevos que habían abierto por esos años en Mar del Plata. Digamos que en el cine éramos pocos (fui muchas veces a Mar del Plata por trabajo y, terminada la jornada, solía caer por esas salas, nunca las vi llenas). Si en el cine son pocos, a la salida, al momento de ir al baño, son menos.
Bueno, el baño estaba (no se si aun están esas salas) en el subsuelo. En la otra punta del subsuelo. Puedo confesar, a más de veinte años, que el trayecto hasta dicho lugar, en absoluta soledad, fue de los más temerosos y temerarios de mi vida.
Un par de años después, no conforme con dicha experiencia, acepté para no mostrar cobardía, que en una de las tantas reuniones que hacíamos en casa, alguien alquilara Los otros. Un poco más avispado, la vi de costado y entrecerrando los ojos en los momentos que hacía falta (casi toda la película). Esa fue la última película de terror que vi. Basta para mí.
Como el chico de la película, a veces desarrollo un sexto sentido (lo equilibrio en algunas oportunidades sintiéndome el personaje de Bruce Willis, lo de sentirse sapo de otro poso le pasa a cualquiera, lo de hacerlo adrede, para escabullirme con todo éxito, es una técnica desarrollada con los años).
No es bueno tener un sexto sentido. No, no veo gente muerta. No es un meme y no me refiero tampoco a alguno de los jugadores de River que llegaron recientemente. Tampoco es olfato. Es un sexto sentido. Es eso que in pectore se que va a pasar. Y que nunca puede ser bueno.
Ese sexto sentido me llevó a anticipar que Alfonsinito ganaba la interna de la UCR en provincia en su momento o que Larreta le iba a tirar la gestión por la cabeza a Michetti y se quedaba con la candidatura del PRO en 2015.
Muchos años antes que eso, en el 92, estando en una oficina de la FUBA, algunos compañeros hablaban entusiasmados de un tal Lula. Mi sexto sentido se activó. No me cerraba. Por esos años, asociarlo a Ubaldini era el paso inmediato y, aunque aun gobernaba Collor de Melo (si, jóvenes lectores, el mismo que esta semana recibió ocho años de prisión por corrupción en un deja vu interminable) ya se anticipaba que ese tipo que leíamos en los apuntes de la facultad iba a ser el mejor presidente de Brasil y ahí había que poner las fichas, con Cardozo, obvio.
Lula nunca me gustó, claro que frente a Bolsonaro la opción era clara. Pero no me sorprendió el alegre blanqueo de la dictadura venezolana que nos regaló con la participación necesaria del señor que ayuda en la presidencia argentina.
Años después, no muchos, cuando algunos se alegraban porque Duhalde había conseguido candidato para sucederlo, el nombre de Néstor Kirchner volvió a activar el sexto sentido. Digamos que no hacía falta mucho. Pocos meses antes, visitando Calafate y Río Gallegos, pude ver de primera mano el modo de gobernar de Lupín. Y lo que opinaban de él la progresía local. Y no, no eran justamente loas.
A poco de andar la candidatura del desgarbado gobernador sureño completé la visión cuando lo vi alegremente con el señor que hoy ayuda en la presidencia. “Es un cuadrazo”, me comentó alguien que, como yo, militaba en el radicalismo. Y no, no me lo decía por Néstor, me lo decía por el señor que hoy ayuda en la presidencia. “Listo”, pensé, ya no era solo el sexto sentido sino la corroboración de que nada bueno podía salir de ese esquema de poder que, claramente, llevaba todas las de ganar.
Sabemos como siguió la historia, Menem ganó la elección pero no corrió la segunda vuelta y Kirchner se llevó el premio mayor.
Lo que siguió no hizo más que ratificar todos mis temores: invitar a Fidel Castro a la asunción del gobierno, si bien puede ser un gesto protocolar, un 25 de mayo lo llenó de simbolismos. Nada bueno podía salir de eso. Entiendo que muchos se entusiasmaron genuinamente. Yo no. Y si bien mis prioridades eran otras y no políticas (estaba esperando mi primera hija y buscando trabajo) no pude no amargarme un poco.
El resto, lo de siempre: “que devolvía la centralidad a la política”, “que se construía lo nuevo con lo mejor de los partidos políticos”, “que había que mirar a Latinoamérica” y un largo etcétera (no voy a ahondar en el daño a los partidos políticos, ya lo hice acá y los invito a cliquear).
Tener un sexto sentido no es un superpoder. No te permite olfatear como va a venir la mano y actuar en consecuencia. Es ver como va a ser la película. Y la película suele ser de terror.