#Terminé de leer “La hermandad de los astronautas”
Cuando arrancamos este proyecto, la idea era hablar de libros, historia, política y un poco de mí.
En general, mi natural egocentrismo ha hecho que mayormente hable de mí y un poquito de historia. Historia de la década del ochenta, obvio, la mejor década de la historia.
Dado que además tengo un canal de YouTube en el que canalizo los otros berretines antes mencionados, la política (amenizada con alguna que otra clase de Ciencia Política) y hay que alimentar el multimedio, vamos a iniciar allí una nueva sección que es #Terminédeleer (los invito a suscribirse al canal en este link, además, así algún día el señor YouTube nos paga unos mangos).
Hoy, y como hace ya dos semanas largas que no alimento este news… y el público lo reclama, hacemos un dos por uno (en esta sección, si hay texto habrá video).
Con el tiempo, y las ganas y la demanda, #Terminédeleer se convertirá en una sección fija de ambos canales. Veremos.
La hermandad de los astronautas
El año pasado la película “Argentina 1985” nos mostró el lado B del Juicio a las Juntas militares. Y digo el lado B porque justamente fue la versión interesada de la historia de aquellos que en su momento se quedaron fuera de la historia. Sin embargo, dado que ya hemos discutido mucho sobre ello, prefiero que busquen en los archivos (Twitter básicamente) para ver que dijimos en su momento.
Lo que me interesa en este caso es hablar del libro de Ricardo Gil Lavedra, justamente uno de los seis jueces que tuvieron el privilegio de iniciar ese proceso judicial.
Son solo cuatro las personas que pueden decir “Fui un Beatle”. Por el momento, solo 69 jugadores de fútbol argentinos pueden llamarse Campeones del Mundo. Tres hombres dividieron el mundo cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial y la suerte ya estaba echada (no, a De Gaulle no lo invitaron). Seis fueron los jueces que tuvieron el desafío de poner en el banquillo de los acusados a Videla y compañía. Si la historia está hecha de hombres extraordinarios (quién podría negar que no lo fueron los cuatro de Liverpool o los líderes de los Aliados), los sucesos asumen una dimensión distinta cuando hablamos de hombres normales que asumen un desafío extraordinario.
Mucho se ha escrito sobre el juicio. Desde lo político y desde lo jurídico. Lo cierto que poco se ha escrito desde adentro del juicio.
El libro de Gil Lavedra viene a llenar ese vacío.
Uno de los méritos de este libro no es contarnos el entramado jurídico filosófico. De eso ya se encargó Carlos Nino en su Juicio al mal absoluto (recomiendo la última edición que hizo Ariel dado que incluye un excelente prólogo de Raúl Alfonsín, no así la última que publicó Siglo XXI, casualmente, esa edición la hice yo, que si no me doy un poco de autobombo no se entera nadie) o también en un video de YouTube donde lo explica muy bien Martín Farrell.
El mérito del libro de Gil Lavedra está en contarnos los detalles poco conocidos, al menos para quienes no vivieron esos días.
El arranque del juicio y otras perlas
La intención inicial de Alfonsín era el de que los militares sean juzgados por sus pares, sabiendo que esta era una posibilidad remota, desde el inicio estuvo latente la determinación de que sea la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal quien tuviese que hacerse cargo de dicho juicio. Gil Lavedra nos cuenta incluso un par de reuniones con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas donde quedó claro que no iban a hacer nada. De ahí que se empezaran a preparar para ese momento histórico.
Es fundamental este fracaso, que dará lugar al protagonismo de la fiscalía. Como el formato deriva del esquema de juicio militar, el rol del fiscal pasó a ser protagónico (algo que hoy nos puede parecer natural pero que en esos tiempos no estábamos habituados).
También nos cuenta Gil Lavedra que el fiscal Strassera tuvo un primer colaborador que renunció por no estar de acuerdo con el proceso. Ahí entrará como adjunto Moreno Ocampo, quien pese a lo que muestra la película (se entiende, está basado en un libro de él) tiene un rol secundario en ese momento (al menos en mis recuerdos).
O que uno de los abogados de la defensa fue su profesor titular en la universidad y que, obviamente dejó de hablarle. Si hablamos de la defensa, resulta que el único que no designó abogado defensor fue Videla, por ende, tuvo uno de oficio (con bastante protagonismo, pero que comparado con los otros fue el que tuvo un desempeño más sujeto a derecho). En este sentido, ante el temor de que los abogados del resto de los acusados renuncien en algún momento, a todos se les asignó también abogados de oficio.
Hay también una indirecta, y necesaria, reivindicación a Troccoli, de cuya cartera ministerial salió el dinero para pagar los pasajes de los testigos extranjeros, entre ellas Patricia Derian.
Es justo en el momento de la declaración de Derian cuando todos los abogados defensores se retiran de la sala, excepto el de Videla, por ser defensor de oficio.
Paradojicamente, quien menos escuchó durante las oportunidades en que estuvieron obligados a estar en la sala (no estuvieron presentes todo el tiempo, aunque cinematográficamente nos guste esa imagen) fue el exdictador que, ocupó esos momentos para leer el libro Las siete palabras de Cristo, regalo de un familiar político de uno de los jueces que se encontraba en el estrado. Videla, además, por estar internado, no estuvo cuándo fue el alegato de su defensa. Tampoco Anaya en el suyo.
Si de bestias hablamos, no podemos dejar de mencionar la cínica defensa de Massera: “La historia me absolverá”, plagiando la frase de otro dictador del siglo XX. En definitiva, por ahora, la historia no absolvió a ninguno de los dos (aunque uno si tuvo mejor prensa).
Por último, el libro nos cuenta que siempre estuvo la sospecha de que los honorarios de la defensa fuera costeado por las Fuerzas Armadas.
A propósito de este libro, entrevisté a Gil Lavedra en Nuevos Papeles. Para completar, les dejo el link a la entrevista.