Terminé de leer “Sin tu venia”
Siempre me atrajeron las historias sobre la Guerra Civil Española, desde que en los cumpleaños de mi mejor amigo de la infancia, cuando ya avanzada la noche, los mayores tomaban la posta y, siendo algunos simpatizantes republicanos, se entonaba, algo cercano a la letra de “La Tortilla”. Confieso que, dado que no entendía mucho aun de política (transcurrían los últimos años del Proceso), me causaba más gracia (escatológica) que sentimiento, sobre todo por eso de que “la tortilla se vuelva y los ricos coman mierda”, aunque lo del tomate que metían en una lata me daba ternura. Con el tiempo conocí otras historias de primera mano de gente que había participado en alguno de los bandos enfrentados. Siempre las consideré más ricas, sobre todo por su veracidad, que los ensayos históricos.
En los noventa, amigos con los que trabajé, me contaron la historia de una familia catalana y el modo en que durante los años de la guerra lograron sobrevivir escondidos en la montaña, traficando comida dentro de huecos hechos en libros de tapa dura. Ellos no estaban ni con los alzados ni con los legales, y a la vez tenían que vivir. Con el tiempo, una rama de esa familia vino a la Argentina y se hicieron empresarios medianamente exitosos. Hasta el día que murió, el patriarca emigrado nunca usó su pasaporte español. En sus viajes llevaba orgullos el del país que le había dado refugio, comida y bienestar: Argentina.
La contraparte fue la de un jefe mexicano, quien “simpáticamente” contaba, con mal disimulado orgullo: “menos mal que mi madre era operadora radial en la sede del PC, estaba al tanto de lo que pasaba en Rusia y así mi padre decidió subirse al avión a México y no a Moscú”. Cualquier semejanza con la historia del enfrentamiento entre Rafael Alberti y Miguel Hernández, no era pura coincidencia. Que elites y comisarios políticos siempre los hubo.
Recordé estas historias cuando comencé la lectura de Sin tu venia, la primera novela de Hernán Labatte. La de los catalanes bien podría ser la historia de “los gallegos”, la pareja de toledano y vasca que se encuentra en Pamplona y atraviesa la frontera para llegar a instalarse en Buenos Aires y reiniciar su vida en Córdoba.
Juana y Paco son jóvenes, viven en ciudades diferentes, están recién iniciando su juventud cuando los acontecimientos del 36 los atraviesan. A uno como trabajador en Toledo, a la otra como una recién egresada del Colegio en Pamplona. Uno de familia trabajadora, la otra hija de un importante militar que ejerce mando en la ciudad de los toros, de las primeras en caer en manos sublevadas.
Paco tiene el carnet del PC, ha leído a Marx y a Gramsci, se involucra en los reclamos obreros de Toledo, es testigo de la resistencia del Alcázar.
Juana es pianista, ha perdido a su madre y su hermano y sus abuelos son su mundo. Su padre es un militar alzado que no comprende las preocupaciones de su hija y que obliga a su hermano a seguir su carrera.
La literatura canónica sobre el tema se construye de un mundo de buenos muy buenos y malos muy malos. Labatte evita el lugar común. Sus personajes son jóvenes con ideas, pero también con las confusiones propias de una guerra que no terminan de comprender, sobre todo cuando se lleva a sus personas más cercanas o tienen que abandonarlos para sobrevivir. En el transcurso de la novela, mientras se convierten en adultos, llegan a la conclusión de que en esa España convulsionada no hay lugar para ellos. Gane quien gane la guerra.
Será la voz de su hijo Manuel, un joven abogado que arma su familia en Madrid, quien reconstruirá la historia a partir de las cartas, convertidas en diarios íntimos, que hereda de sus padres, para entender la hostilidad inicial de ellos a su decisión de instalarse en España y, a la vez, encontrar a los últimos familiares que allí le quedan.
Manuel comprende que la historia de María y Paco germinó justamente gracias a que eligieron vivir sin rencor, dejando el pasado atrás, de un país que ya no era el que ellos soñaron.
En Por el cambio, un libro de Ignacio Varela, el autor plantea que “el tránsito a la democracia (en España) se hizo posible cuando los hijos de los vencedores de la guerra comprendieron que la convivencia valía más que su victoria y los hijos de los perdedores aceptaron que la libertad valía más que la revancha”. Sin dudas, Manuel hubiese adherido a esa afirmación.
Una nueva edición de Sin tu venia se encuentra ya en librerías, ahora como la primera de la serie “Una península en llamas”.
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