Vamos a vivir mejor (un capítulo de Superpoderes)
En algún momento me plantee escribir una trilogía de libros. Este es un capítulo que integraría el segundo de esos libros: Superpoderes, donde solo hablaré de las películas que se me antoje hablar.
Es casi seguro que esta historia de hoy comienza después de la guerra, cuando de a poco volvían a estrenarse algunas de las películas negadas durante los últimos años del gobierno de Isabel y la dictadura militar.
Yo tenía unos 13 o 14 años y me gustaba escuchar las conversaciones de los adultos. Más aun si estas versaban sobre cine y sobre las películas a las que por estricto criterio etario me era imposible acceder.
En casa estaba el tío Tito conectando cables, eterno empleado del Ferroviario, con algún paso por la Fiat, estoy seguro que le hubiese ido mejor como electricista que como oficinista. En fin, en mi familia eso de los trabajos equivocados siempre fueron una constante. Hacía pocos meses de la mudanza y esas conexiones eran fundamentales ya que por las paredes aun transitaban como venas viejos cables de tela.
Voy a poner en contexto un poco las cosas. En mi familia paterna, con excepción de mi abuelo, todos eran peronista (mi abuelo directamente era fascista confeso). Mi tío Tito era de los clásicos (lo que Julio Bárbaro llamaría “el verdadero peronista”). A diferencia de otros, su sentimentalismo no venía por la pelota de fútbol que le habían regalado Perón o Evita (dudo que jugara bien además ya que siempre fue gordito) sino porque cuando el Hospital Ferroviario, del cual era un joven cadete, se inauguró, Perón le dio la mano. Eso, antes queridos amigos, generaba una empatía difícil de explicar, no importa de que lado de la grieta nos situemos (si Alfonsín o Menem te “hacían la manito”, caías, no había vuelta atrás, pero es una técnica que no le sirve a cualquiera, ahí lo tenemos al Cuis, todo el tiempo abrazando de más y generando rechazo). Volvamos al peronismo del tío: en una de sus tantas separaciones, viviendo en la casa de mis abuelos, Doña Gracia cuidaba a una de sus nietas mientras los padres trabajaban. El tío estaba sin trabajo además de sin querencia. Y ayudaba con canciones en la crianza de la sobrina. ¿Cuál fue la canción elegida? La marcha… ¿Se entiende con las cosas que hay que lidiar? Cristina Kirchner solo perfeccionó algo que está muy aferrado pétreamente en un gran sector de la sociedad. No entenderlo es estar condenados a la eterna búsqueda del “peronista digestible”.
Por esos días, el tío seguía soltero (hasta lo que se) y en los ratos libres de cadetear para la Fiat (aun no lo habían reincorporado al Ferroviario) era habitual meterse en alguno de los cines de Lavalle (ese de ir al cine solo en Lavalle es un deporte que cultive mucho tiempo en mis primeros años editoriales). El tío contaba la película que había visto y si bien no escuché el nombre supe que se trataba de Solos en la madrugada. Pensé, desde mis pocos años que se trataba de una película de terror, por eso de estar solo a la madrugada…
Solos… estaba siendo un éxito en esos meses de predemocracia.
Una de las salidas familiares de esos años era el ir a comer pizza los sábados a la casa de la tía María (la hermana de mi abuelo). Tana, nunca comí algo similar. Nunca supe el secreto tampoco. La tía se ponía a amasar al mediodía y supongo que en el levado de varias horas estaba el secreto aunque ojo, no eran media masa, sino algo intermedio. La salsa también era una cosa de locos (aunque no superaban los ravioles con tuco que hacía mi abuela Rafaela).
En fin, que en una de esas largas tertulias (en las que se reunía parte de la familia paterna) papá quedó encerrado en el baño y, hasta que no se pudo romper la cerradura, la noche se hizo más larga y yo le entré a un programa nuevo que daban en ATC: Función Privada. Y ahí, a mis inocentes recién estrenados quince años, la casualidad me ofreció mi primer Garci auténtico: Asignatura pendiente. Mi primer acercamiento a la transición española fue a través del cine. Y creo que es un tema que no dejó de atraerme desde entonces. Hay algo que tienen las películas españolas de esa época (y las series de ahora) y es que los personajes me resultan creíbles. Me los creo, básicamente. La historia da Asignatura es más o menos conocida: amor frustrado que se reencuentra vía cuernos años después se autojustifica en las barreras culturales que les había impuesto la dictadura franquista.
El debut del maestro Garci (como lo llama César Bardés en sus impecables hilos anecdóticos de todos los días) en 1977 lo vi casi siete años después de su estreno en la Gran Vía (desconozco si en Buenos Aires se llegó a dar en cines en los primeros años ochenta). La subtrama de la historia, la del abogado que defiende presos políticos, resulta también interesante. Empiezan a aparecer allí las primeras referencias culturales que el cine se podía permitir a la transición, a la resistencia y, leyendo muy entrelíneas, el rol del PC y su fracaso político durante esos años.
(Tal vez haya algo escrito, lo desconozco, sobre sobredimensionar el rol del PC esos años. Los libros de Almudena Grandes, por ejemplo, son la referencia cercana al tema. Los militantes del PC que sobrevivieron son siempre héroes románticos no reconocidos).
Garci va a anticipar, en su siguiente película, el equivoco político: en este caso Sacristán (omnipresente en el cine español de esos años, casi el Darín de allá) se asombra en un paseo nocturno con su ex mujer de que esta es “Felipista”, “y desde cuando tú eres socialista”, le dice más confuso que como reproche (no sabemos la ideología de su personaje y a contramano de lo que pensé cuando la vi por primera vez, Solos… es una película más sobre la radio que sobre la transición).
Un punto interesante es la manera de contar la contemporaneidad: en la primera, la muerte Franco a partir de una llamada telefónica de madrugada. En la segunda, la legalización del PC, motivo para salir de copas y festejos. Pero nunca dejando que la “pedagogía política” ocupe el rol central.
Los españoles tuvieron varias películas más sobre y durante la transición. Algunas provocadoras, como El Diputado, de nuevo con Sacristán (ya dije, era como el Darín de allá por esos años). Un drama sórdido sobre un diputado del PC (de nuevo, la omnipresencia cultural que se dará de narices con los resultados reales en 1977, 1979 y, por supuesto, 1982) que oculta su homosexualidad a su mujer, pero sobre todo a la sociedad y fundamentalmente al Partido (que esas cosas no eran muy bien vistas en el sacrosanto PC, ni antes, ni en los años posteriores). Alquilamos El Diputado en un videoclub de Olavarría, a insistencias de uno de nuestros amigos y creo que fuimos los únicos que aparecíamos en la ficha de alquiler (como ya conté en otro post, tengo el superpoder de recordar donde, cuando, como y con quien vi cada película).
Claro que también se permitieron algo que nosotros nunca: reírse de la guerra y de la dictadura. Tal vez no fue la mejor película de Berlanga, pero en 1985 protagonizada por… Sacristán, llegó La vaquilla a los cines. Esta sí se estrenó directo, ya no había censura. La historia, en un pueblo defendido por soldados leales a La República se enteran que los sublevados están por organizar una “corrida” en un pueblo vecino y una cosa era intercambiar tabaco por papel para armar (esto que se cuenta como chiste en la película, con mayor dramatismo aparece en Mi guerra de España de Mika Etchebehere) y otra dejarse tocar la oreja con algo tan importante en la cultura española como la tauromaquia, aunque no haya toros sino una pobre vaquilla muerta de hambre. Y ahí van los soldados leales a intentar secuestrarla. Es un Berlanga puro. Si bien no llega a ser Patrimonio Nacional, parte de la Trilogía de la familia Leguineche en la que el director se ríe sin culpas de Franco, de la Corte y de todo lo que se le ponga delante.
De nuestro lado, salvo en No habrá más penas ni olvido, nunca nos permitimos reírnos de esos años. Y aclaremos que No habrá más penas… ni siquiera está citada entre 1976 y 1983 sino durante la “primavera camporista”. El argumento, para quienes no lo recuerdan: peronistas a los tiros, de un lado y de otro. No se si alguna otra película del cine nacional se atrevió a algo así. Tampoco es una comedia, ojo. Es sencillamente que nos reímos por no llorar. Por ahí, en El exilio de Gardel, a Pino Solanas también se le escapó un chiste, pero desde el grotesco de un hecho que sucedió en la realidad (la tía que lleva el canuto de dólares y se le va por el inodoro del baño cuando llega), pero no mucho más dentro de la permanente seriedad y solemnidad que nos dijeron deben hacerse esas películas.
¿A qué viene tanta reflexión sobre el cine de la transición? Al título del posteo, como siempre. Hace unas semanas la coalición opositora sacó un comunicado sobre lo que viene y automáticamente el título me sonó de algo: “Vamos a vivir mejor”. Claro, al monólogo final de Solos en la madrugada. La película se inicia con un monólogo, parte de la rutina del protagonista en su programa de radio (muy superior al del final, pero eso es otro tema, vayan a YouTube y busquen los dos) y termina con otro. No voy a transcribirlo porque estoy seguro que todos los que leen este news lo conocen. La frase con la que culmina Sacristán es más o menos esa. La esperanza en un tiempo que arranca(ba) en el que básicamente se iba a vivir mejor. Algo tan simple y tan necesario que a casi cincuenta años de la muerte del dictador se constata.
Esta semana terminé de leer un libro, Por el cambio, de Ignacio Varela (un ensayo desde la sala de máquinas del PSOE entre los años 1972 y 1982) y comencé a leer otro, Algún tiempo atrás, una biografía sobre Gustavo Cerati escrita por Sergio Marchi. Dos libros muy diferentes pero que describen dos sociedades muy parecidas… en esos años. Cuál es el motivo para que una de esas sociedades haya decidido sin culpa “vivir mejor” desde la transición y la otra haya decidido “vivir con culpa” es algo que tendremos que resolver.
PS: El tío Tito y mi papá, en 1983, votaron a Alfonsín. Las hermanas, no.
PS 2: Asignatura pendiente tiene la mejor placa de títulos final de la historia del cine, pero eso lo cuento en el libro.