Ya hablamos del natural superpoder de recordar dónde, cuándo y con quien vi todas las películas que recuerdo.
De ahí que cada tanto vayamos subiendo un capítulo de lo que sería Superpoderes, relatos de cine.
Hace unos tres meses y, por ciertos arreglos que se están haciendo en la sede del CBC de Drago (que también merece un capítulo aparte de este news, aunque algo pueden encontrar en este link de YouTube) me vi obligado a cambiar el lugar de desayuno previo al ingreso a clase.
Casi desde que arranqué a dar clases en 1994, mi horario preferido fue el de las 7:00, ese que nadie quiere agarrar nunca. No daba, ni da tres décadas después, desayunar en casa a esa hora. Así fueron pasando distintos boliches, de esos que solo abren para noctámbulos o madrugadores y de dudosa calidad bromatológica.
Hasta diciembre del año pasado, “Diego by Draguitos”, era el lugar elegido. Pero, comenzado este año del señor, unas reformas dieron con la picota con ese sobreviviente de tantos años de la sede.
Así las cosas y luego de un exhaustivo análisis de mercado, pude detectar el único lugar en zona de tránsito desde casa hasta la sede que está abierto a las 6:00: La Farola de Cabildo.
No fue hasta hoy a la mañana que me di cuenta la importancia que la avenida Cabildo tuvo, para nosotros adolescentes, allá por los años ochenta.
Cabildo fue una avenida colmada de cines. Incluso hasta antes de la pandemia. El único barrio en el que sobrevivieron las salas a los complejos que fueron naciendo como hongos cuando la exigencia de grandes pantallas y un buen subtitulado mutó en una in-experiencia cinematográfica saturada, fue Belgrano.
Mientras salté de Parque Chas a Palermo, en mis distintas moradas, nuca tuve como opción la de buscar donde llevar mis petates por Belgrano… y así y todo, encuentro que fue, luego de San Martín, el lugar donde más transité en esas épocas.
Desde una función de Fantasy, con Alba hasta la última vez que, esperando a Carla después de un quince, y tras cenar con nuestros amigos Silvia y Marcelo terminamos con Paula en una de las incomodas salas en que se habían convertido los otrora Gran Belgrano (hasta el 2019, Belgrano Multiplex) viendo en trasnoche la versión bodriazo de Nace una estrella.
En el medio pasaron Terminator, con el tío Cacho (en esa época, en todas las familias había un Tito y un Cacho, en la mía, dos, uno por parte paterna y otro por parte materna) y Escape a la victoria, ambas en el General Paz. De esta última me acuerdo hasta de la fecha exacta: 25 de mayo de 1982, porque antes de la función se cantó el Himno (como se hacía en esas funciones). Fuimos con Diego y en paralelo transcurría la guerra de Malvinas.
Los tres mosqueteros, Drácula (ambas en el Gran Savoy), Las aventuras del barón Munchause, La caza del octubre rojo (estas en el otrora Gran Belgrano) fueron algunas muchas de las que en los noventa nos encontró por esos cines. Recuerdo particularmente una trasnoche en el General Paz. La cola era tan caótica que ingresamos con Duro de Domar II ya empezada, Débora, el novio y una roomate que tenía entonces mi amiga. No entendíamos ni jota que pasaba, pero en una frase Marcos se percató “que algo estaba pasando pero no sabían todavía que, y esos deben ser los malos”. Listo, con eso era suficiente.
En los noventa, la previa al cine era en Pizza Hut, ese raro experimento que un grupo de empresarios intentó llevar adelante en la capital mundial de la pizza al molde. Lo más importante de Pizza Hut no era el noble producto (que ellos arruinaban sin remedio) sino el pan de ajo que preparaban. Se iba allí por el pan y no por la pizza que, por suerte, no duró mucho.
Pero Cabildo también fue importante en los ochenta por las pilchas en los ochenta. Hasta que cumplí doce o trece años, el mayor diferencial pilchero que pude permitirme fue algún Lee comprado de segunda selección en la Sudamtex, donde se fabricaba la tela y, por intermediación de otro de mis tíos, que allí trabajaba en el sector tintura, podíamos comprar con descuento que se anotaba en unos tarjetones individuales de cada empleado.
Pero en los ochenta aparecieron dos prendas que marcaron una diferencia. Los pantalones Diller (un retorno a la botamanga elefante que había tenido su momento en los sesenta) y las camisa Sun Surf, que se conseguían en un local de una de las galerías de Belgrano. Y allí peregrinábamos todos. No hace falta describirlas, unas camisas blancas con unos cuellos floreados que se impusieron primaverales en los años de la primavera democrática. La galería aun sobrevive. En ese mismo lugar, donde hoy hay un gimnasio, había también un boliche de moda. Absolutamente inseguro, antes de Cromagnon todo era posible de ser habilitado. Este boliche también. Igual no era el más importante de la zona.
Nunca fui de ir a bailar. Debo poder contar unas diez o quince salidas (como es eso de ir a bailar donde un plan de sábado podía contemplar alguna película en Lavalle y posterior comilona de chivito uruguayo en el Palacio Di Pappo de la 9 de julio, plan irremplazable que con Pablo y Guillermo se hacía rutina). Pero de esas diez o quince ocasiones, estoy seguro que la mitad fueron a Airport. No hace falta hablar de Airport. Aun se hacen fiestas nostálgicas aunque hoy no quede un solo ladrillo del espacio físico (que fue rebautizado varias veces).
Sorpresivamente Cabildo mantiene una idiosincrasia que otras arterias de Buenos Aires perdieron, incluso avenidas como Triunvirato, Corrientes o Santa Fe (por mencionar las que más transité y transito) fueron mutando (no importa si para bien o para mal). En cambio Cabildo sigue siendo una avenida de galerías. Con galerías funcionando.
Un punto alto en toda esta historia también puede fecharse, la noche del 8 de febrero de 1986 saliendo de un recital en Barrancas de Belgrano y después de la sagrada ingesta de pizza, volviendo con Pablo una multitud se agolpaba en una vidriera. Pudimos meternos y llegar justo para ver el mejor gol de nuestras vidas, el de Francescoli a Polonia, de chilena, que daba vuelta uno de los partidos más increíbles de la historia. El lugar era Fravega, en el exacto mismo lugar que hoy se está y que mantiene televisores (un poco más modernos) en la vidriera esquinada.
Te invito a leer el capítulo anterior de Superpoderes: Vamos a vivir mejor
Y, si te interesa la política de los años ochenta, esta entrevista que le hice para Nuevos Papeles a Ignacio Varela: "El éxito de la transición fue debido al doble fracaso de los franquistas y de los antifranquistas".
Una parte muy crucial de mi adolescencia transcurrió pateando los adoquines de Cabildo y tomando licuado de banana en La Farola. Gracias por activar esos recuerdos.