#Terminé de leer “Por el cambio” y “Ahora, Alfonsín”
Entendí el concepto de maridaje por un comentario sobre el alfajor éxito del verano, el Havanna con sal. Resulta que un crítico de alfajores lo defenestró justamente porque “no maridaba”, es decir, lejos que la sal resalte el sabor del ya sobrevalorado Havanna, en este caso era una mera combinación agridulce. De ahí entendí que el maridaje va más allá. No solo hace falta que los ingredientes se sumen o se combinen, sino que maridan. Es decir, se hacen mejores en la simbiosis.
Me gusta cuando los libros maridan.
Es más que probable qué ni Ignacio Varela por un lado, ni Rodrigo Estévez Andrade y Matías Méndez por el otro conocían el proyecto editorial que estaban preparando. Y eso hace más enriquecedor ambos productos.
Claro que ambos libros bien pueden leerse por separado y la mayoría de los lectores de uno y otro lado del Atlántico así lo harán. Básicamente, Planeta se perdió de vender un gran libro en nuestro país (como en su momento pasó con Anatomía de un instante por parte de Random House) y de otra gran obra en España. Si tan solo tuviesen editores que pensaran las posibilidades de los ensayos de este tipo en uno y otro mercado… (tuvieron uno dedicado justamente a identificar esas oportunidades y se lo perdieron, pero eso pasó hace tiempo ya).
Por qué digo que estos dos libros maridan. Para empezar, cuenta dos historias que bien podrían haber sido paralelas. Por un lado, el ascenso al poder del grupo de la renovación del PSOE español y con ello, el trabajo llevado adelante por Felipe González y Alfonso Guerra para, no solo renovar a un partido político anquilosado en viejas prácticas minoritarias (mencheviques, le llamaríamos por acá en la militancia estudiantil, aunque el término me lo permito sin que el autor lo utilice en ningún momento), sino también para iniciar la transformación y modernización de España. Por el otro, Andrade y Méndez muestran en su relato casi una dinámica similar para que lo mismo ocurra en la UCR con el ascenso de Alfonsín. En ambos casos, primero al partido y, desde ahí, al poder.
Ambas historias superpuestas se complementan, aunque la experiencia española sirva no solo como guía sino también como inspiración no solo forzada (“Por el cambio” será el lema del PSOE, “Cien medidas para que su vida cambie”, propondrá la UCR, mientras el lema originario aparecerá en más de una bandera en los actos radicales).
No es casualidad que la historia que cuenta uno de los libros termine en el preciso momento en que comienza el otro: 1982 fue el año de la llegada a la presidencia de España de Felipe González, 1983 el de la campaña y el triunfo de Alfonsín. Varela decide culminar su monumental libro allí, el día que es designado para trabajar en el gobierno de Felipe González. Andrade y Méndez comienzan antes su recorrido histórico, pero es el año 1983 en el que centran su relato.
Hablemos de la transición española (y, si tienen ganas, repasen esta entrada en el news en las que hablo de ambas transiciones en comparación). O más bien, intentemos fijar un punto de partida para la misma, si bien no es necesariamente el que usa el autor. Alguna vez le escuché decir a Guerra qué, para él, la transición comenzó el día que, estando en un Congreso del PSOE en el exilio francés, se enteraron qué Franco estaba definitivamente enfermo. A partir de allí, la tarea fue poner en marcha lo que los politólogos llaman la machine politics. Varela centra su relato justamente en lo que define como “la sala de máquinas”.
Si bien Por el cambio reconstruye esos años, no solo es la historia del PSOE. En el libro vamos a encontrar una historia de la transición y la descripción de como hacer política y generar acuerdos entre aquellos que se dieron cuenta que “el transito a la democracia se hizo posible cuando los hijos de los vencedores de la guerra comprendieron que la convivencia valía más que su victoria y los hijos de los perdedores aceptaron que la libertad valía más que la revancha”. Define así un modelo de transición muy diferente al nuestro, claro. Pero agregaría algo más de mi parte, los vencedores le habían tomado el gusto a la política y, ya sin Franco, dieron rienda suelta a sus apetitos.
A lo largo de todo el libro vamos a encontrar ejemplos de colaboración y competencia. Pero también broncas, como cuando Felipe entiende que va a perder la elección por una innecesaria línea ideológica inserta en la plataforma electoral, la de la referencia al marxismo. La enseñanza, no volver a perder una elección por una tontería de ese tipo.
El libro de Varela se nos presenta además como un tratado de estrategia política. Y un manual de enseñanza sobre como se hacen las constituciones, muchas veces al margen de los constitucionalistas: un filólogo y un agrimensor hicieron la española (si bien no es el caso, el relato de como entre el “Choclo” Alasino, Raúl Alfonsín, Jorge Yoma y Eduardo Menem escribieron el texto reformado de 1994 se le parece bastante). El autor no ahonda en temas tratados en otros libros, por ejemplo, el caso del intento de golpe del 23F. No fue testigo directo de los hechos y lo deja bien claro.
Hablemos de la transición argentina. En principio, fue muy diferente. El fracaso de la dictadura argentina no deja margen de acción para los derrotados que, por otra parte, muy lejos estaban de que les pique el bichito de la política. Aunque a veces da que pensar que intentaron pactos con quienes perderían la elección (como me interrogo en este video).
Si bien se escribió mucho sobre la llegada de Alfonsín al poder, este libro se destaca por tres cuestiones. La primera, le dedica un capítulo completo a la interna peronista. Algo que en otros textos queda bastante desdibujado, en este se profundiza y es bienvenido. Sin dejar el tono amable de los autores, el relato se torna descarnado, como todo en el peronismo cuando se debe resolver una interna.
La segunda, la descripción de una campaña política en esos años y el asalto televisivo de la campaña de Alfonsín, su principal diferencial. El texto no solo resalta la figura de David Ratto, sino también de otros que colaboraron en la campaña, como un histórico de la publicidad, Richard Pueyrredón (el primero en crear publicidades políticas) y el de Eduardo Metzger, como responsable de la imagen televisiva, algo absolutamente inédito en un país que apenas entraba en la televisión a color y en el que en la mayoría de los hogares aun tenían aparatos en blanco y negro.
La tercera, recupera la figura de uno de los principales colaboradores de Alfonsín durante esos años y los primeros de la presidencia: Germán López, quien fuera Secretario General de la Presidencia y Ministro de Defensa y terminará muy peleado con el expresidente. A punto que no volverían a hablarse. Recuperarlo a través de los testimonios de sus hijos es uno de los más destacados hitos de este libro.
Estos tres destacados, por si solos, merecían un libro sobre esa campaña política. No se si era el objetivo de los autores (al menos se lo comenté a uno de ellos), pero hace al libro necesario, no solo para los lectores de su mercado objetivo, el alfonsinismo nostálgico y ochentoso, sino para cualquier historiador de los hechos de la transición argentina. Sin querer, se hace un marco de referencia.
Ambos libros lo son. Ambos libros se potencian en la lectura paralela. Ambos libros ocupan un lugar destacado en la biblioteca sobre las transiciones de la década del ochenta.
Yapa: Pueden leer una entrevista que hice a Ignacio Varela sobre su libro para Nuevos Papeles acá y ver una entrevista de Luis Quevedo a Rodrigo Estévez Andrade, para Veinte Manzanas, acá. También les dejo un video sobre otros dos libros que maridan, en este caso ambos editados por mí: la autobiografía de Hipólito Solari Yrigoyen y la biografía de Mario Amaya, acá.
Sobre distintos tipos de transición, acá hago algunas aclaraciones.