Todo lo que sé de política lo aprendí en un cine
Alfred Hitchcock dijo alguna vez que todo cine es político. Y no, no se refería necesariamente a películas polacas o croatas en el exilio, como tan bien definiera al cine aburrido mi amigo, videoclubero de alma, Guillermo.
La teoría del bueno de Alfred era que si en la década del cuarenta o del cincuenta, cuando da el salto del Reino Unido a Hollywood, él ponía en un plano que filmaba en una cocina (esas tan típicamente americanas) un refrigerador (aka heladera, pero mis lectores de fuera de Argentina no lo entenderían), estaba mostrando que en el país de las oportunidades, en la meca del capitalismo, cualquier familia de clase media podía gozar de ese artefacto que en el resto del mundo, aun, no era tan fácil de poseer.
Pude corroborar dicha teoría en dos oportunidades: hace pocos meses, viendo por primera vez esa obra maestra que es Bailando bajo la lluvia, situada en la lejana década del veinte, vemos a Gene Kelly en una mansión de esos años en la que se impone un gran refrigerador (es decir, en los años previos a la crisis, los americanos ya gozaban de dicho electrodoméstico); a la vez, si nos subimos al DeLorean, hacia fines de la década del noventa, en El objeto de mi afecto, una de las películas que inauguraron lo que se llamó la nueva comedia americana, una trabajadora social personificada por Jennifer Aniston muestra la normalidad (en todo sentido) de trabajar con una notebook. Es decir, en el gran país del norte, aquello que tardaremos años en normalizar en el lejano sur, todo es posible.
En 1985 me enteré qué se creaba en Argentina la carrera de Ciencia Política (la génesis de ese proyecto se lo debemos a Francisco Delich y lo cuento en este video). Hasta entonces mis vocaciones fueron la de ser veterinario (absolutamente hipnotizado por una de las series de nuestra infancia, Daktari) hasta Historia, esta última influenciado por las películas de las tardes de Sábados de Superacción del 11 o los nocturnos lunes de Hollywood en castellano del 13.
Por esos días, un pirulito en La Razón, en la edición matutina que recibíamos en casa, esa que dirigió Jacobo Timmerman, sintetizó lo mejor de dos mundos, podía al fin hacer coincidir mi gran pasatiempo, ver películas, con el nuevo metier que se llevó por delante mi adolescencia y parte de mi juventud, la política. En un cine me sentí siempre protegido, en una reunión política, ese adolescente que se sentía un poco fuera de lugar, encontraba pares con sus mismas inquietudes, virtudes y debilidades. Por suerte, la política de los ochenta empezaba a ponerse amable y el cine político dejaba de ser clandestino.
Hacía poco, junto con la llegada de la democracia, en ATC, por iniciativa de Miguel Ángel Merellano en su breve conducción del canal (moriría a los pocos meses en un accidente de aviación) se programó un ciclo que se llamó Función Privada.
Y con Función Privada vino la gran película sobre la transición española, Asignatura Pendiente, con Fiorella Faltoyano y José Luis Sacristán (no amigos, Solos en la Madrugada no es sobre la transición, por más que actúen los mismos dos grosos, la otra gran película del Maestro Garci, como lo llama César Bardés, es sobre la radio, sobre las noches de radio, y marida perfectamente justo con Días de Radio, que Woody Allen nos regaló años después).
Si hablar de transición es necesario, entonces, Asignatura Pendiente es la referencia perfecta para entender el proceso político que va de la muerte de Franco a la legalización del PC español, entre otras cosas. En todo caso, Solos en la Madrugada anticipa la llegada del PSOE y de Felipe González (el único héroe que nos queda en este lío) al poder.
Pero antes de la transición tenemos que hablar de los gobiernos autoritarios (se sabe, son como las brujas, no nos gustan, pero que los hay, los hay…). Ya sé, seguro que están pensando en las quichicientas películas que se hicieron sobre la dictadura, la guerra de Malvinas, los desaparecidos y otras yerbas. Y no, amigos, vuelven a equivocarse. Por qué voy a hacer que se coman el bodriaso de Iluminados por el fuego o el golpe bajo de Kamchatka (gran título de película, eso sí, que representa como nada la obsesión de los Montos con el TEG), si tengo a mano las dos grandes joyas del cine argentino: Tiempo de Revancha y Últimos días de la víctima, ambas de Aristarain. Ah, ya escribí que Esperando la carroza explica todo lo malo de la sociedad argentina y, junto a Tango Feroz, son las perlas negras de mí educación visual, pero ese es otro post (dale enter acá, así me subís la estadística).
A la vez, si de gobiernos no democráticos se trata, necesito Bananas para hablar de los sultanismos, o esa estrella fugaz en Netflix que fue La muerte de Stalin (por favor, Sr. Netflix, repóngala que le prometo que mis alumnos la van a ver) para entender los procesos postotalitarios. ¿Y que hago con los totalitarismos? Si bien tengo a mano la obra de Eisenstein (aunque claro, es mejor ver Los Intocables de Brian de Palma para la recreación de la escalera) y de Riefhenstahl para que nada quede librado al azar (incluso con el propagandismo repugnante de esta última se filtra aquello que definió tan bien Hannah Arendt como “la meta final de la evolución conjunta de la intolerancia corporizada en el antisemitismo y la evolución del Estado nacional hacia el imperialismo”). Pero mejor, tomate un fin de semana y conseguí las dos Novecento, unas seis horas de cine a full.
El fin de la segunda guerra nos dejó un mundo bipolar, retratado de mil maneras. Sin embargo, fue Alfred Hitchcock, quien no, que nos da una lección de cine, política, tensión y humor, con La cortina rasgada. Años después, Woody reflejará mejor en un pequeño guion de teatro llevado a la tele protagonizado por él mismo director, Don’t drink the water, un genial y divertido complemento a The Americans, para entender mejor la guerra fría. (gracias Michael Fox, por aparecer en Don’t… y también por existir).
Pero avancé un poco a los pedos…
¿Qué la metodología en ciencias sociales es aburrida? ¿Quién lo dijo? Si con un continuado de La naranja mecánica y de I como Icaro tengo clarito el tema de la experimentación, y de yapa el conductismo. Y esa diferencia que tanto cuesta explicar entre “política” y “políticas”, nunca estuvo tan bien representada en la temporada 1 de House of Cards, cuando Frank discute con el Secretario de Educación sobre la reforma escolar.
Ay, el Estado, tan vapuleado por esta generación que cree que no hay que pagar impuestos, como si algo hubiesen inventado los incels… chicos, ya Robin Hood se les adelantó. La muy libre versión de Kevin Costner nos tapa el hecho de que el príncipe de los ladrones lo único que quería era no pagar impuestos y que no se establezcan los Estado Nación, no sea cosa que el Señor (él, básicamente) perdiese sus privilegios señoriales. Por suerte, la versión de Russell Crowe nos anticipa la Revolución Gloriosa y la llegada de las primeras libertades burguesas (y, haciendo un estiramiento conceptual, El segundo tratado sobre el gobierno civil). Para completar, los domingos viene a nuestro rescate Suar cuando, cada tres o cuatro semanas nos programa El hombre de la máscara de hierro, para que expliquemos fácilmente el Estado absolutista, ese que, por suerte queremos dejar atrás.
Últimamente se pusieron de moda influencers que dicen que mejor que estudiar es comprar “su” método para hacer plata, onda estafa piramidal (chicos, aviso, es delito en todo el mundo, por más que se escondan en Albania o Andorra en algún momento la larga, y necesaria, mano del Estado les va a tocar a la puerta). En cambio, los politólogos recomendamos un curso muy legítimo, y acelerado, para diletantes de nuestra disciplina que nos escribió, a medida, Aaron Sorkin, eso sí, si residís más abajo que el Ecuador, vas a necesitar un VPN para entrar al Netflix del norte y maratonear con The West Wing y, ya que estás, complementar con la precuela, una película con Michel Douglas, Martin Sheen y, claro que sí, de nuevo, Michel Fox (todos somos team Michell) que es Mi querido presidente, donde por la descripción del lobby y los grupos de interés (para bien y para mal) se explica mejor un problema de las democracias imperfectas, mientras el presidente queda engualichado por Annette Bening.
Si como toda persona de bien te emocionaste hasta las lágrimas con el funeral de Jean Paul Belmondo, es porque aprendiste del fallido proceso de descolonización en África gracias a El profesional, esa película que, como era prohibida para menores de 14, batallaste semanas hasta que el acomodador del Cine Plaza de San Martín te dejó pasar a ver.
¿El fracaso del parlamentarismo de asamblea? ¿La previa a la llegada de Il Cabalieri a Italia? Date una vuelta por la muy poco valorada (injustamente) El Padrino III. Bueno, si vas a ver El Padrino, arrancá la maratón por la versión ordenada cronológicamente (¿a qué muy poquitos conocen este corte?), así repasás los procesos migratorios de principios de siglo, la depresión, la segunda guerra mundial y al último capítulo de la zaga “menos suerte que los Kennedy” (que al final, todo está en El Padrino).
(Envidiame, dale, subo la foto porque se que este incunable no lo tiene casi nadie…)
¿Parlamentarismo controlado? El diputado, de nuevo Sacristán, esta vez en la piel de un diputado comunista en crisis matrimonial. Medio sórdida. No sé si resistió el paso del tiempo.
¿Westminster? Esa es fácil. Pero vas a tener que agarrar los brolis… como se sabe, está el Muy Leal Gobierno de Su Majestad, la Muy Leal Oposición de Su Majestad y, por supuesto, el Muy Leal Ministro de la Magia de Su Majestad… ¿dónde? en Harry Potter y el Misterio del Príncipe. De yapa, la mejor caricaturización del ya retirado Tony Blair.
Todos estos tips tienen algo en común, no podría ser de otro modo dado que pasan por el lente arbitrario de mí modo de entender y ver el cine: el entretenimiento. No, no te voy a mandar a ver Danton o La hora de los hornos, que las vi, claro. Pero no es la idea.
Post scriptum 1. Me sopla por cucaracha un amigo gorila: “no te olvides de mencionar Esperame mucho, para explicar el peronismo… (a favor y en contra) y No habrá más penas ni olvido, claro”.
Post scriptum 2. “¿Querés saber cómo termina el experimento libertario?”, me sopla otro amigo. “Volvé a poner Endgame y repasá lo que dice Thanos al inicio: eso de la motosierra no va a andar”.